Después de 17 años de ausencia en los
escenarios españoles, FernandoArrabal estrenó el
pasado viernes en la Sala Pereda del Palacio deFestivales de
Santander «El cementerio de automóviles»,
texto que escribióhace 43 años. Este nuevo montaje
es una producción del Centro DramáticoNacional,
dirigido por Juan Carlos de la Fuente e interpretado por actoresque
acaban trepando por los automóviles que presiden la escena.
Una fiesta. La pieza desprende las obsesiones,
los miedos y las ansias de libertad de su autor
Antonio Sempere - Santander .-
Fernando Arrabal se reencontró con su obra. Fue en Santander,
y fue el día
de San José de Calasanz y el día del centenario
de Nietzsche. Él,
estudiante en los escolapios de San Antón y estudioso
del filósofo, fue
feliz el 25 de agosto, cuando se estrenó en la confortable
Sala Pereda
cántabra la puesta en escena del CDN de «El cementerio
de automóviles», que tras la gira por once ciudades
españolas llegará al María Guerrero
madrileño el próximo día 8 de enero a hacer
temporada, en lo que
constituirá, además del primer estreno de «campanillas»
de 2001 en la
capital, uno de los que marcarán época.
En definición arrabaliana, «El cementerio de
automóviles» que nos ha
preparado Juan Carlos Pérez de la Fuente y que sería
muy aplaudido por el
público durante la representación, es, desde su
nacimiento, un mito y un
hito. Como lo fueron sus versiones de «Pelo de tormenta»,
«San Juan», «La fundación» y «La
visita de la vieja dama», en esa línea de recuperación
auspiciada por el director del CDN.
Pero una cosa son las formas y otras los contenidos. Las
obsesiones,
los miedos, los sueños negros y las ansias de libertad
que emanan del texto arrabaliano destilan ternura y cierta su
carga provocadora escritas, hace casi cincuenta años.
En el fondo, la enorme fiesta teatral. Un banquete para paladares
exquisitos en el que Pérez de la Fuente nos obsequia,
como ya es habitual,
con un catering de lujo: desde la escenografía de Mascaró
al vestuario de
Artiñano; desde la música de Mariano Marín
al espacio sonoro,
importantísimo de Eduardo Vasco. Y, sobre todo, con el
concurso de siete
actores que, además de dejarse la piel, acaban extenuados
saltando y
trepando por los seis automóviles que presiden la escena.
El trío formado
por Alberto Delgado, Juan Calot y Roberto Correcher homenajean
con ternura a los hermanos Marx; la enorme Carmen Belloch forma
extrañísima y alquímica pareja con Paco
Maldonado; Beatriz Argûello abre y cierra la función
dando la campanada, mientras que Juan Gea, con el personaje de
Milos, aporta una de las presencias más potentes del último
teatro español.
|