JAVIER VILLAN. Enviado especial
Era el día de San José de Calasanz, tan caro
para Arrabal, y el centenario
de la muerte de Nietzsche en Weimar. Acaso por causa de esta
conjunción
inapelable, se anuló el estreno de este mítico
Cementerio el pasado julio
en México. Los destinos de Dios son inescrutables. Y tenían
que coincidir
Nietzsche, San José de Calasanz, Arrabal y Pérez
de la Fuente: el
individualismo pagano y anarquizante de Nietzsche y el anarquismo
divino de Arrabal. Es deslumbrador contemplar cómo en
una obra escrita hace casi medio siglo refulgen ya las emociones
del amor universal que han tatuado las arrugas del autor. De
haber vivido don Marcelino Menéndez y Pelayo, no hubiera
salvado a Arrabal de las hogueras de la Inquisición; pero
hubiera sido uno de sus heterodoxos predilectos. Tenía,
pues, que coincidir todo esto en Santander, por donde Castilla
se aventura al mar. Y por donde la vocación marinera de
las tierras de secano se agotaba en sueños de libertad
imposible.
Santander era la ciudad feliz de todos los veranos; y la pesadilla
contradictoria de unas playas por entonces con separación
de sexos y
albornoces desde la orla de espumas del Cantábrico libérrimo.
En Santander se ha estrenado, el 25 de agosto, El cementerio
de automóviles.
Por primera vez Fernando Arrabal se reconoce en su obra. El
humor maligno del melillense afirma que algunos de los montajes
que de ella se han hecho eran tan geniales, que llegó
a sentirla como ajena: un cuerpo extraño que se adhirió
a su tumultuosa biografía y amargó todavía
más su vagabundeo.
En lo racial hispano hay siempre una parte de Teresa de Jesús,
otra de Juan de la Cruz, un poco de Torquemada, algunas gotas
de Felipe II, el sarcasmo de Goya y el romanticismo patizambo
de Juan Belmonte. La heterodoxia de Fernando Arrabal es profundamente
española y por eso se vio obligado a padecerla fuera de
España. En su vida y en su obra hay siempre un paisaje
de tricornios y fusilamientos; una danza de espectros y de dioses
en la que gime una pesadilla de sexo malherido. Y cárceles.
Una revelación
Vistas así las cosas, era inevitable que Juan Carlos
Pérez de la Fuente
quisiera recuperar hace meses, mucho antes de los idus de marzo,
El
cementerio de automóviles. Pérez de la Fuente ha
sido como una revelación para Arrabal. Y eso que Arrabal
tiene una larga experiencia en
revelaciones; se le ha aparecido y le ha descubierto su obra.
Sin embargo,
estos días en Santander, el autor está siendo el
profeta del director. Se
han cambiado los papeles y el Bautista ha pasado a ser Cristo,
y el Cristo
músico, cordero sacrificial del Cementerio ha adoptado
el papel de
precursor: indigno de desatar las sandalias de quien viene detrás
de él.
En el Palacio de Festivales de Cantabria la gente comentaba
la religiosidad
de Arrabal, y el profundo acento ibérico de la función.
Y por qué había
tenido que marcharse. No faltó quien dijera que un anarquista
acogido en el rebaño dejaba de ser anarquista; y que el
patrocinio oficial lima las uñas
del cimarrón. Siempre será mejor subvencionar a
Fernando Arrabal que
resucitar a José María Pemán o a los Quintero.
Valle Inclán quería fusilar
a los populares hermanos, mas puede que hubiera sentado a su
mesa de la
última cena a Arrabal. Por algo éste se declaraba
ayer «feo, católico y
sentimental». Como el Marqués de Bradomín,
que suspiraba por el amor de una novicia inocente.
La inocencia es la savia que riega el texto de Arrabal. La
crueldad y la
traición subrayan aquélla y, en ocasiones son la
otra cara de la misma
moneda. La sensualidad profunda, el erotismo subterráneo
y sombrío vienen a ser los fundamentos de una mística.
Pérez de la Fuente ha entendido muy bien la indefensión
del personaje
central, la crispación de los otros, y lo ofrece a los
espectadores en el
montaje más seco y más austero de cuantos viene
haciendo en el CDN. Montaje que ha entusiasmado a Arrabal y no
se recata en proclamarlo. Fernando Arrabal estudió en
los Escolapios y Pérez de la Fuente fue seminarista.
Todos los queestudiamos en colegios de curas guardamos una perversa
pasión por la liturgia y la ceremonia del sacrificio.
Sin embargo, Pérez de la Fuente ha hecho la menos ceremonial
de sus direcciones: la imprescindible iconografía del
ecce homo, muy estilizado, y la crucifixión.
Quizá era esto lo que Arrabal necesitaba para no sentirse
extraño en su
tierra. Las relaciones de este hombre y España, atormentados
ambos por los demonios familiares y la pesadilla de la Guerra
Civil, han sido siempre
turbulentas: como las de un hijo que necesita que lo quieran
y no acaba de
verlo claro. Arrabal le escribía cartas de desamor al
general Franco; y una
vez que pasaba por aquí le metieron en la trena por una
dedicatoria. En
realidad querían trincarlo por lo que fuera y lo hicieron
por ofensas
escatológicas a la patria. Dicen que la secreta le mandó
al hijo de un militar para que le dedicara un libro. Y Arrabal
cayó en el cepo e hizo una
dedicatoria de juzgado de guardia. Eso parece un poco enrevesado
y acaso
todo fuera más sencillo: dedicatoria irreverente, denuncia
inmediata y,
como al clásico, diéronle cárcel las Españas.
Arrabal detesta a los comunistas y tiene la certeza de que
los comunistas,
españoles o internacionalistas, lo persiguen. Y cree que
le salva la
Virgen. A Arrabal le salva la inocencia y el convencimiento,
como el Cristo trompetista de su cementerio, de que la inmolación
es el destino de los elegidos.
Las relaciones con el teatro oficial español también
han sido siempre
malas. Y de nada ha servido la naturaleza de su obra: el Siglo
de Oro, los
místicos, algunos heterodoxos, la Inquisición,
la picaresca. Y la fractura
de la Guerra Civil.
Adolfo Marsillach llegó a estrenarle hace años
El arquitecto y el emperador de Asiria. Y desde entonces abominan
uno del otro y se practican exorcismos. Ha tenido que venir el
PP -en realidad, los heterodoxos del CDN que han hecho teatro
con el PP- para que Fernando Arrabal piense mejor de España,
su madrastra cruel y violenta. No sé si modificar la idea
de España en ese sentido es bueno o malo; mas puede acabar
con las pesadillas errantes de Arrabal.
Antes de que los idus del último marzo se llevaran
por delante a Tarazona y a Eduardo Galán -máximo
responsable del Inaem- el Cementerio ya estaba en el programa.
La gran noche de Arrabal en Santander tenía el aire
de un encuentro con un
público anónimo y veraneante, más que de
un reconocimiento oficial
absoluto. Es la compañía que Arrabal prefiere y
que le espera por las
ciudades de su querida España. Arrabal lleva detrás
de sí una procesión en
la que desfilan Beckett, Ionesco, Cela, Vicente Aleixandre, Milan
Kundera,
Juan Goytisolo y otros padres procesales que lo defendieron cuando
lo
trincó la policía de Franco. Y de maestro de ceremonias,
Juan Carlos Pérez
de la Fuente.
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