THEATRE:

Domingo, 27 de agosto de 2000

La pasión según Arrabal.

Su obra «El cementerio de automóviles» vuelve a España

JAVIER VILLAN. Enviado especial

Era el día de San José de Calasanz, tan caro para Arrabal, y el centenario
de la muerte de Nietzsche en Weimar. Acaso por causa de esta conjunción
inapelable, se anuló el estreno de este mítico Cementerio el pasado julio
en México. Los destinos de Dios son inescrutables. Y tenían que coincidir
Nietzsche, San José de Calasanz, Arrabal y Pérez de la Fuente: el
individualismo pagano y anarquizante de Nietzsche y el anarquismo divino de Arrabal. Es deslumbrador contemplar cómo en una obra escrita hace casi medio siglo refulgen ya las emociones del amor universal que han tatuado las arrugas del autor. De haber vivido don Marcelino Menéndez y Pelayo, no hubiera salvado a Arrabal de las hogueras de la Inquisición; pero hubiera sido uno de sus heterodoxos predilectos. Tenía, pues, que coincidir todo esto en Santander, por donde Castilla se aventura al mar. Y por donde la vocación marinera de las tierras de secano se agotaba en sueños de libertad imposible.

Santander era la ciudad feliz de todos los veranos; y la pesadilla
contradictoria de unas playas por entonces con separación de sexos y
albornoces desde la orla de espumas del Cantábrico libérrimo. En Santander se ha estrenado, el 25 de agosto, El cementerio de automóviles.

Por primera vez Fernando Arrabal se reconoce en su obra. El humor maligno del melillense afirma que algunos de los montajes que de ella se han hecho eran tan geniales, que llegó a sentirla como ajena: un cuerpo extraño que se adhirió a su tumultuosa biografía y amargó todavía más su vagabundeo.

En lo racial hispano hay siempre una parte de Teresa de Jesús, otra de Juan de la Cruz, un poco de Torquemada, algunas gotas de Felipe II, el sarcasmo de Goya y el romanticismo patizambo de Juan Belmonte. La heterodoxia de Fernando Arrabal es profundamente española y por eso se vio obligado a padecerla fuera de España. En su vida y en su obra hay siempre un paisaje de tricornios y fusilamientos; una danza de espectros y de dioses en la que gime una pesadilla de sexo malherido. Y cárceles.

Una revelación

Vistas así las cosas, era inevitable que Juan Carlos Pérez de la Fuente
quisiera recuperar hace meses, mucho antes de los idus de marzo, El
cementerio de automóviles. Pérez de la Fuente ha sido como una revelación para Arrabal. Y eso que Arrabal tiene una larga experiencia en
revelaciones; se le ha aparecido y le ha descubierto su obra. Sin embargo,
estos días en Santander, el autor está siendo el profeta del director. Se
han cambiado los papeles y el Bautista ha pasado a ser Cristo, y el Cristo
músico, cordero sacrificial del Cementerio ha adoptado el papel de
precursor: indigno de desatar las sandalias de quien viene detrás de él.

En el Palacio de Festivales de Cantabria la gente comentaba la religiosidad
de Arrabal, y el profundo acento ibérico de la función. Y por qué había
tenido que marcharse. No faltó quien dijera que un anarquista acogido en el rebaño dejaba de ser anarquista; y que el patrocinio oficial lima las uñas
del cimarrón. Siempre será mejor subvencionar a Fernando Arrabal que
resucitar a José María Pemán o a los Quintero. Valle Inclán quería fusilar
a los populares hermanos, mas puede que hubiera sentado a su mesa de la
última cena a Arrabal. Por algo éste se declaraba ayer «feo, católico y
sentimental». Como el Marqués de Bradomín, que suspiraba por el amor de una novicia inocente.

La inocencia es la savia que riega el texto de Arrabal. La crueldad y la
traición subrayan aquélla y, en ocasiones son la otra cara de la misma
moneda. La sensualidad profunda, el erotismo subterráneo y sombrío vienen a ser los fundamentos de una mística.

Pérez de la Fuente ha entendido muy bien la indefensión del personaje
central, la crispación de los otros, y lo ofrece a los espectadores en el
montaje más seco y más austero de cuantos viene haciendo en el CDN. Montaje que ha entusiasmado a Arrabal y no se recata en proclamarlo. Fernando Arrabal estudió en los Escolapios y Pérez de la Fuente fue seminarista.
Todos los queestudiamos en colegios de curas guardamos una perversa pasión por la liturgia y la ceremonia del sacrificio. Sin embargo, Pérez de la Fuente ha hecho la menos ceremonial de sus direcciones: la imprescindible iconografía del ecce homo, muy estilizado, y la crucifixión.

Quizá era esto lo que Arrabal necesitaba para no sentirse extraño en su
tierra. Las relaciones de este hombre y España, atormentados ambos por los demonios familiares y la pesadilla de la Guerra Civil, han sido siempre
turbulentas: como las de un hijo que necesita que lo quieran y no acaba de
verlo claro. Arrabal le escribía cartas de desamor al general Franco; y una
vez que pasaba por aquí le metieron en la trena por una dedicatoria. En
realidad querían trincarlo por lo que fuera y lo hicieron por ofensas
escatológicas a la patria. Dicen que la secreta le mandó al hijo de un militar para que le dedicara un libro. Y Arrabal cayó en el cepo e hizo una
dedicatoria de juzgado de guardia. Eso parece un poco enrevesado y acaso
todo fuera más sencillo: dedicatoria irreverente, denuncia inmediata y,
como al clásico, diéronle cárcel las Españas.

Arrabal detesta a los comunistas y tiene la certeza de que los comunistas,
españoles o internacionalistas, lo persiguen. Y cree que le salva la
Virgen. A Arrabal le salva la inocencia y el convencimiento, como el Cristo trompetista de su cementerio, de que la inmolación es el destino de los elegidos.

Las relaciones con el teatro oficial español también han sido siempre
malas. Y de nada ha servido la naturaleza de su obra: el Siglo de Oro, los
místicos, algunos heterodoxos, la Inquisición, la picaresca. Y la fractura
de la Guerra Civil.

Adolfo Marsillach llegó a estrenarle hace años El arquitecto y el emperador de Asiria. Y desde entonces abominan uno del otro y se practican exorcismos. Ha tenido que venir el PP -en realidad, los heterodoxos del CDN que han hecho teatro con el PP- para que Fernando Arrabal piense mejor de España, su madrastra cruel y violenta. No sé si modificar la idea de España en ese sentido es bueno o malo; mas puede acabar con las pesadillas errantes de Arrabal.

Antes de que los idus del último marzo se llevaran por delante a Tarazona y a Eduardo Galán -máximo responsable del Inaem- el Cementerio ya estaba en el programa.

La gran noche de Arrabal en Santander tenía el aire de un encuentro con un
público anónimo y veraneante, más que de un reconocimiento oficial
absoluto. Es la compañía que Arrabal prefiere y que le espera por las
ciudades de su querida España. Arrabal lleva detrás de sí una procesión en
la que desfilan Beckett, Ionesco, Cela, Vicente Aleixandre, Milan Kundera,
Juan Goytisolo y otros padres procesales que lo defendieron cuando lo
trincó la policía de Franco. Y de maestro de ceremonias, Juan Carlos Pérez
de la Fuente.