GUILLERMO BALBONA SANTANDER /
ada más revolucionario que ser santo». Decir
Fernando Arrabal es casi citar una marca, un sello, una seña
de identidad de lo que ha sido el siglo que ahora fenece. Su
obsesiva querencia última por la ciencia, la física
y
mecánica cuántica le ha llevado al dramaturgo,
escritor y pensador a tener
un sentido reverencial por la cifra, una cotidiana pasión
donde la vida es
una ceremonia que funde poesía y matemática. Su
dualidad es Eva y la
Virgen, que se le apareció cuanto tenía dieciocho
años; y la ecuación
perfecta es el camino de la santidad, la «bondad»
como meta, «como una
forma de la memoria que es el arte de combinar los recuerdos».
En su
escritura hay reflejos de los hijos intelectuales y creadores
del siglo,
pero Arrabal, el autor ahora más representado en el mundo,
es recobrado
para la escena española a través de «El cementerio
de automóviles». El
autor de «Pic-nic», que dice estar «preparado
para morir dentro de cien o
doscientos años», se muestra convencido de que el
presente es un tiempo
«formidable» caracterizado por un auténtico
«Renacimiento».
-¿Qué opinión le merece a su autor este
montaje de «El cementerio de automóviles?
- Anoche (por el jueves) vivimos un preestreno triunfal debido
sobre todo a los actores y al director. Lo que sucede es que
aquí en España siempre
hemos sido muy humildes y yo mismo lo he sido a la hora de ver
mis
espectáculos. Veo constantemente mucho teatro y cuando
me dicen eso de que soy el autor vivo más representado
es cierto, pero también es verdad que mis contemporáneos
se han muerto, los Ionesco, Beckett...Veo mucho teatro y la tentación
es ser modesto, ecuánime, pero no me corresponde. Este
texto es de hace medio siglo y lo que cuenta ahora es el espectáculo.
Podríamos hablar de ello con palabras como modernidad,
dirección, originalidad. En realidad, director y actores
desarrollan un trabajo fenomenal que refleja cómo se debe
montar hoy el teatro. En este sentido, se corresponde con esos
cuatro o cinco espectáculos que han dejado huella en el
siglo como son «El diario del sordo» de Wilson, «El
príncipe constante», los Ronconi y el de Víctor
García del propio «cementerio de automóviles».
-¿Fernando Arrabal continúa creyendo en el público?
-Sería terrible que no creyera en él. Hay un
cuento de hadas que se inició
hace medio siglo y aunque público y crítica han
sido tremendamente
hostiles, siempre queda algo favorable pues si no fuese así
el teatro
habría desaparecido ya.
-¿Uno escribe y debe escribir contra el poder?
-Se escribe de cosas esenciales. Mi teatro no aborda otras
cosas que las
del teatro de Sófocles, Pirandello, Brecht, Calderón.
Cuando dice Camilo
José Cela que Arrabal es el mejor dramaturgo español
tras Calderón quiere
decir que está próximo, que existe proximidad con
Calderón. Y cuáles son
los temas que me obsesionan, pues los mismos que obsesionan al
Edipo de Sófocles: el amor, la inmortalidad, la idea de
traición y la responsabilidad de la libertad. Ahora que
estoy leyendo ese acercamiento a
Lucy (hallazgo en el estudio de la evolución humana),
lo que su figura
cambia respecto al mono es que tiene un poco más de cultura,
es decir de
responsabilidad. Es capaz de cortar un sílex en siete
partes, lo que la va
a hacer más libre y responsable. Es ese problema que implica
amor, libertad y poesía es eterno. La situación
del dramaturgo, del poeta, del hombre de ciencia es que no debe
asustarse de ser minoritario.
-¿En qué momento se halla el teatro como lenguaje;
ha perdido capacidad de comunicación frente a otros ámbitos?
-Sobre esto hay dos opiniones encontradas: la de quienes,
como yo, pensamos que la ciencia, la poesía, las matemáticas,
el teatro son capitales y están transformando el mundo;
o los que piensan, y también tienen razón que no
interesa a nadie, sino que lo que interesa es Titanic, La guerra
de las galaxias, la princesa Lady Di, lo que hace la princesa
de Mónaco...Frente a esas películas que no se puede
negar que son divertidas pero que no dejan una huella de transformación,
sí la deja el teatro que se está haciendo en el
mundo. A mi modesto entender se está viendo un renacimiento
en el verdadero sentido de la palabra; un renacer, y se renace
con sangre sudor y lágrimas. Es muy difícil el
mundo que estamos viviendo. Antes vivíamos en equipo,
Pirandello, Brecht. Hoy no es así, vivimos solos. El mundo
de hoy es formidable en los tres sentidos de la palabra: bello,
hermoso y terrible. Y causa terror porque no tengo la suerte
de los Brecht y Pirandello, al no formar parte de un equipo que
nos sostiene y sostenemos. Pero, paralelamente, no creo que haya
un progreso como tal del teatro.
-Ese renacimiento, ¿se está manifestando con
más energía en algún
territorio determinado?
-El terreno de la poesía, de la filosofía, de
la ciencia son terrenos
paralelos. En realidad, no desprecio nada, Ni ese cine antes
citado,
Titanic, Star wars...ni lo de las princesas, no lo desprecio.
Lo que sucede
es que lo de verdad me interesa es esa otra manera de concebir
el mundo que la dan otros cineastas y yo mismo. Pero qué
maravilla de país. En este país (por España)
no creo que haya nadie que haya visto mis siete largometrajes
y ni siquiera los más comerciales como «Viva la
muerte». Pero como paradoja, recientemente, me dieron el
premio Cine y literatura ¡Puede haber algo más hermoso
que eso!. Nunca he tenido la pretensión, por favor, de
ser más o menos comercial, mis películas son como
el teatro, una escenificación de la astrofísica,
de la ciencia.
-¿Y dónde queda Arrabal?
-No es fantasía, es imaginación. Me parece alucinante
que me llamen genio. Lo que yo quisiera es ser santo porque la
genialidad fue un don que me dio el destino, todo lo que pudiera
decir de la inteligencia está en mí desde los diez
años. En realidad, el arte de la inteligencia es muy sencillo,
es servirse de la memoria, pero la bondad es otra cosa. La memoria
por
supuesto que es capital, y la imaginación es el arte de
combinar los
recuerdos y yo no me salgo de ellos.
-¿Cómo es la España de hoy, no tiene
mucho de surrealista?
-Las grandes ideas que han cambiado el mundo están
señaladas por el ajedrez y el teatro, como ya sucedió
en el pasado. Hoy en España tenemos el mejor jugador del
mundo Alexei Shirov, que nació en Lituania, y al tiempo
tenemos los mejores dramaturgos, y yo, que soy el más
representado en el mundo.
Así, la idea motriz de la España de hoy es imperial
y aunque este país
combate su propia humildad se encuentra desde el punto de vista
espiritual
en un momento muy importante.
-¿Y lo de ser santo?
-Ahora parece que se sorprenden porque he dicho lo de ser
santo. Cuando me preguntan en esas encuestas qué quiero
ser, pues quiero ser Dios, que es inmenso y todo amor, y no hay
nada blasfemo en ello. Lo absurdo sería lo contrario.
El primer término de la santidad es amar al prójimo
como a ti
mismo y no se puede decir nada más revolucionario. Y al
revés, ama a ti
mismo como amas al prójimo.
-¿Cómo se consigue?
-El camino a la santidad es casi imposible, pero haciendo
lo posible por
amarse a sí mismo como se ama al prójimo. Y hay
un camino ideal, que no es la fe. Yo soy agnóstico, un
hombre que duda. Fe, esperanza y caridad son interesantes pero
sin sentido frente al ideal que es el amor.
-¿La verdadera religión no es la libertad?
-La verdadera religión es el amor. Cuando se tiene
amor, es inútil la fe,
la esperanza y la caridad. Me importa tres cominos cuándo
nació Cristo o
Buda, lo que me importa es el amor, es el lenguaje verdaderamente
revolucionario. Hoy en un país próspero como éste,
donde tenemos casi todo, lo que nos hace falta es más
amor.
-¿Con Buñuel y Goya, usted configura la santísima
trinidad española?
-No lo creo, me asemeja a los dos el que en un momento dado
ninguno de los tres pudimos seguir viviendo en España.
El caso de Goya fue el más
dramático. En mi caso, estar fuera, más que soñar
con el dictador, lo que
me ha obsesionado es el recuerdo; siempre tengo presente a mi
padre, su
presencia no la puedo evitar. Que fuera un militar condenado
y
desapareciera, -nunca he vuelto a saber nada-, me crea continuas
pesadillas.
|