Hoy se estrena en Santander, tras 17 años de ausencia
en los escenarios españoles, «El cementerio de automóviles»
Fernando Arrabal escribió «El cementerio de
automóviles» hace 43 años, en1957. Pero el
tiempo pasado no se ha dejado sentir sobre el texto, uno de los
más emblemáticos de la producción arrabaliana.
La obra sube esta noche al escenario del Palacio de Festivales
de Santander como uno de los estrenos más esperados de
este verano tras 17 años sin representarse en España.
Este nuevo montaje es una producción del Centro Dramático
Nacional, dirigido por Juan Carlos Pérez de la Fuente.
Arrabal ha hecho un alto en el camino y habla para LA RAZÓN
de esta nueva puesta en escena, de sus recuerdos, de Pasolini,
Mishima, con el teatro como vital y constante razón de
ser: «Es una explosión de la verdad», dice.
«Este montaje ha devuelto la voz y la palabra a un
autor que ya no existe:
el Arrabal de hace cuarenta años»
Juan Antonio Vizcaíno - Madrid .-
Entrevistar a Fernando Arrabal en el interior de un veloz automóvil,
con
motivo del estreno de su obra «El cementerio de automóviles»,
parece algo más que una mera coincidencia. En trepidante
viaje entre El Escorial y Burgos, bajo una furiosa tormenta veraniega,
celebró Arrabal su 68
cumpleaños, acompañado por su dulcísima
esposa, Luce Moreau, y la celestial Lelia, hija de ambos. Mientras
«Lis» daba una cabezadita reposando el almuerzo y
la tarta de cumpleaños, «Fando» se quitó
los zapatos y apoyó las rodillas en el respaldo del asiento
delantero para poder relajarse y comenzar así la entrevista
rodante. Arrabal, el autor teatral español vivo de mayor
prestigio internacional, es habitualmente noticia por su actividad
creadora polifacética; pero por fin ha llegado la hora
de que en España su teatro vuelva a dialogar directamente
con el público. Hoy se estrena «El cementerio de
auto- móviles» en producción del CDN en el
Festival Internacional de Santander. De nuevo, Arrabal alza -tras
diecisiete
temporadas de ausencia- el telón de un estreno oficial
en su propia patria.
-Empecemos por el principio. Dígame, ¿qué
es el teatro para Fernando
Arrabal?
-Una explosión de la verdad que se produce en un escenario.
El papel
del teatro es el de liberar la opresión de la realidad.
El teatro es hoy
una catacumba. Un lugar sólo para los que creen en algo.
Cuestión de fe
-¿Es que ya no es lo que era?
-El teatro ya no es como hace cien años, una gran máquina
de hacer
dinero, cuyos actores y actrices eran las grandes estrellas mejor
pagadas
del momento. El teatro actual es una cuestión de fe, de
santidad y de
devoción de sus oficiantes.
-Usted, que ha visto centenares de montajes de «El cementerio
de
automóviles», se confiesa devoto de la representación
que le ofreció en
privado el CDN hace unas semanas.
-Estoy cansado de ver montajes de esta pieza de una gran tramoya
automovilística; con montones de autos de chatarra y más
de cien actores y figurantes en escena. Hace unos meses se estrenó
una nueva producción de la obra, en Suiza, enormemente
celebrada. En la escenografía había un gran mecanismo
de relojería, y hasta la casa suiza Swatch sacó
un nuevo modelo de sus famosos relojes con motivo del estreno.
-Pero, ¿qué me dice de la versión española?
-Ha devuelto la voz y la palabra a un autor que ya no existe,
el Arrabal de hace 40 años. Este equipo artístico
español lo ha resucitado y ha puesto a sonar su palabra
sobre las tablas. Me ha maravillado, pues no sólo muestra
el buen trabajo de un director, sino que además me ha
demostrado que ese viejo tabú de que los actores españoles
son inferiores a los extranjeros es completamente falso.
-Echemos la vista atrás. ¿Qué recuerda de
aquel estreno de «El
cementerio...» a finales de los setenta?
-Se estrenó en Madrid, en plena transición democrática,
con Victoria
Vera en el papel femenino protagonista. Víctor (García)
estaba obsesionado con esta obra; hizo otros tres montajes diferentes
al que se vio en Madrid.
Uno en París, otro en Lisboa, y otro en Brasil, incorporando
músicas y
danzas autóctonas; los tres tuvieron un éxito grandioso.
El teatro arrabaliano es ceremonial y por tanto simbólico;
la poesía
convive -como en los mejores textos dramáticos- con el
acercamiento y la
denuncia de las injusticias que sufren siempre los débiles.
Este texto,
casi cincuenta años después, sigue siendo una denuncia
dramática de cómo el mal destruye el bien, la bondad,
y por tanto, la belleza.
-¿Sigue incomodando el teatro de Arrabal más allá
de las toscas
dictaduras?
-Lo que piensa el dramaturgo, el místico, el poeta, es
que Dios escribe
en renglones torcidos. Para ir bien encaminado en el mundo del
arte, hay
que ir algo escorado. Hoy en día, sinceramente, no sé
lo que quiso decir el
autor de esta obra («El cementerio...») cuando la
escribió. Lo ignoro o lo
he olvidado. Pero viéndola representada tengo la sensación
de que aún hoy
puede seguir estimulando la mente y la curiosidad del público.
Emanú, el protagonista de «El cementerio...»,
reza de memoria un texto
que parece su divisa y emblema, y que tal vez encierre la intención
de su
autor: «Porque siendo bueno, se siente una gran alegría
interior que
proviene de la tranquilidad en que se halla el espíritu,
al sentirse
semejante a la imagen ideal del hombre».
Cuando se le pregunta a Arrabal por cómo será el
teatro venidero, el
creador español responde citando a Beethoven: «Cuando
se presenta ante mí el Mariscal del Genio, me quito el
sombrero y agacho la cabeza; pero,
cuando se presenta ante mí el General de la Bondad, me
arrodillo
humildemente ante su magnífica presencia».
La vida de las princesas
-Usted, que es hijo y hermano de pintores y ha estado tan
estrechamente
vinculado a los artistas más influyentes del siglo, como
Picasso, Dalí, o
Magritte, ¿cree que también ha pintado con su teatro?
-Mi teatro es de imágenes. Aunque ahora las obras no tienen
ninguna
trascendencia. Hace veinte años una obra de teatro era
un acontecimiento.
El teatro que se hacía en las bodegas llegaba hasta la
primera página de
los periódicos; una imagen teatral daba la vuelta al mundo.
Ahora hay cosas mucho más espectaculares que el teatro
como son la televisión o la vida de las princesas. Yo
creo que esto es una de las cosas buenas que tiene el teatro.
Se está viviendo un momento formidable, hermoso, bello;
pero que también da miedo («formidabilis»).
No se soluciona nada cuando los directores quieren hacer grandes
montajes, grandes tramoyas. ¿Cómo se puede competir
contra películas como «Titanic» o «Men
in black». No es un fenómeno que suceda sólo
en España, es internacional.
-Arrabal es un creador vinculado a la vanguardia internacional
más
rabiosa y radical de la segunda mitad del XX. ¿Cómo
pudo hacer compatible su vanguardismo con el teatro, que estaba
tan denostado entonces?
-En el año 63, yo fui el primer miembro del grupo surrealista
que
consiguió que los miembros del grupo defendieron el teatro.
Hasta ese
momento se consideraba que el autor dramático era el sol
de la literatura y
no se podía ser surrealista y autor de teatro al mismo
tiempo; estaba
reñido. El autor de teatro era un personaje totalmente
burgués, y tenía
relativamente razón. Por eso causó impacto y sorpresa
que Breton publicara mis obras teatrales en la revista «La
Breche». En la actualidad sucede lo contrario: una revista
literaria de vanguardia se ve obligada a incluir teatro, porque
es la escritura más catacúmbica y marginal.
-Usted escribe poesía, arrabalismos periodísticos,
artículos que se
publican en los medios más influyentes de todo el mundo.
¿Cómo valora su escritura dramática?
-Creo que el teatro es la forma de escribir menos mala que tengo.
Para
mí el teatro tiene un encanto particular, la rapidez.
El teatro ocupa
cuatro cartas de amor. No son más largas cuatro cartas
de amor que una obra de teatro. Una novela es un matrimonio,
una cosa larga; uno se embarca como mínimo para un año.
Mientras los campos se van abriendo, dorados, tras las ventanillas
del
automóvil, Arrabal pone a funcionar la linterna mágica
de su memoria, y los temas de su rica conversación ruedan
cómodamente, por los más ilustres nombres de la
cultura del siglo XX.
-Me viene a la cabeza Mishima. ¿Quién era Mishima?
-Yukio Mishima era un zascandil. Cuando estuve en Japón
con motivo del estreno por la compañía de teatro
de mi obra «Ceremonia por un negro
asesinado», me recomendó que fuera a ver una representación
tradicional de teatro Noh, pero que me llevara un abanico y algo
para leer; porque eran
bastante pesadas, aunque tenían momentos muy impactantes
e inolvidables.
-Cambiemos de tercio: Italo Calvino.
-Era un gran seductor; en un viaje que hicimos juntos en trastlántico
a
Estados Unidos, apenas le vimos fuera de su camarote. Siempre
tenía animosa compañía dentro.
Dios e Internet
-¿Y Topor?
-Era un genio, pero había que echarle de comer a parte.
-¿Pasolini?
-Pasolini se equivocaba cuando me decía que de nosotros
sólo se
recordaría nuestra poesía; que nadie nos iba a
recordar por nuestras
películas o nuestro teatro. Que seguramente el celuloide
se autodestruiría
en poco tiempo y nadie podría volver a ver esos rollos
de imágenes. El
pobre murió tan pronto, y de aquella manera, que no tuvo
tiempo de conocer lo que iba a enriquecerse el mundo de la tecnología
digital y todas sus nuevas posibilidades.
-Usted es un ferviente usuario de Internet; sin embargo, ¿qué
le
desagrada de la Red?
-Que Internet no cree en Dios, ni en Cristo, ni en Alá,
ni en ninguna
otra deidad.
Tras superar interminables cadenas de camiones y temerarios turismos
de veraneantes, cuando llegamos a Burgos la lluvia arreciaba
sobre los claros puentes de piedra. La estatua ecuestre de Rodrigo
Díaz de Vivar, el Cid Campeador parecía alzar su
espada, al paso de Arrabal. Eran más de las seis de la
tarde. Los botones del hotel tuvieron que rescatarle del coche
con grandes paraguas negros. Los organizadores del nuevo espectáculo
arrabaliano habían estado esperándole en el restaurante
con la tarta
preparada para su cumpleaños. Sería de noche cuando
Fernando Arrabal apagó, otra vez, las velas de cumpleaños.
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