Diecisiete años sin estrenar a Arrabal en el Centro
Dramático Nacional son
demasiados. Fue en la etapa del viejo maestro José Luis
Alonso Mañes cuando se montó «El rey de Sodoma».
Después, el silencio y el olvido. Los motivos tendríamos
que preguntárselo a los distintos directores que posteriormente
ha tenido esta casa. Pero lo cierto es que la máxima institución
de teatro público contemporáneo español
no puede castigar de esta forma no sólo al poeta, sino
también al público. Sobre todo al más joven,
que mientras lo estudia en las aulas, no tiene la oportunidad
de encontrarse con él en el escenario, y es allí
precisamente donde sucede el hecho teatral y no en la lectura
individual de un texto.
«El cementerio de automóviles» es una obra
fundamental dentro de la
producción arrabaliana. Como todo el teatro de su primera
etapa, el autor
habla de sí mismo, postura muy honrada y sincera de un
artista. Es un
teatro de conflictos, obsesiones, angustias y sueños de
represión. Aunque
con influencias de la nueva dramaturgia europea, especialmente
de Beckett,
del cine mudo y de los lienzos de El Bosco, Goya o Brueghel,
«El cementerio de automóviles» huele a España
por los cuatro costados. Es una obra muy joven, rompedora e inconformista.
Revolucionaria por su ingenuidad, por su crueldad, por su ternura.
Con mucho humor. Con muchas ansias de conocimiento, o mejor aún,
de autoconocimiento. Rito iniciático del ser que se busca,
que tiene la imperiosa necesidad de encontrarse.
En el gran cementerio de automóviles de nuestro próspero
Occidente, Arrabal sitúa a unos seres humanos abandonados
a sus potencias. Son los marginados del mundo, los perseguidos,
los desheredados de la tierra del progreso.
Vamos a participar de la ceremonia de la confusión. Viaje
a lo más profundo del ser. A lo más oculto y prohibido.
También a lo más sublime. Destituido el viejo orden
social y las normas que les aprisionaban, estos niños
arrabalianos juegan a encontrarse en este yermo de chatarra.
No hay juego de crueldad. Tampoco sin ternura. Gritos, histeria,
ingenuidad, amor, caos, vértigo... y humor.
No se puede comprender el universo de Arrabal sin el humor.
Los personajes son como niños que juegan roles de adultos.
Juegan para perderse. Es una forma de encontrarse.
Esta puesta en escena es ritual. Todo mi último teatro
lo es: Nieva, Aub,
Buero. Teatro de ceremonia y rito, para un tiempo trivial y cotidiano.
Teatro español para la vieja Europa de la globalización.
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