THEATRE:

4 de abril de 2001

"El cementerio de automóviles" llega a La ABADÍA

El "Vía Crucis" de un inocente

El teatro madrileño estrena este viernes la adaptación del Centro Dramático Nacional de la obra de Fernando Arrabal, escrita en 1957

 

Vuelven los sones fúnebres, la visión dura y violenta de las peripecias de un inocente. Vuelve Arrabal en estado puro. Y lo hace entrando por la puerta de La Abadía –a partir de este viernes– tras un peregrinaje por la geografía española donde su director, Juan Carlos Pérez de la Fuente, ha ido proclamando las verdades de este autor que mezcla el surrealismo con la realidad más doliente. Tras un cambio en el reparto que sitúa a Natalia Millán como nueva protagonista, esta producción del Centro Dramático Nacional no podrá exhibirse en su sede debido a las obras del teatro María Guerrero. El autor, Fernando Arrabal, adelanta para EL CULTURAL la versión inédita del texto escrito en 1959 y con nuevas acotaciones, que será publicada en España la próxima semana. 

Arrabal, ayer junto a los actores, no paró de hacer bromas


Tras un largo camino a través de las Españas, llega a Madrid El cementerio de automóviles. En vez de venir al María Guerrero, sede del Centro Dramático Nacional, viene a La Abadía, un pequeño templo, un lugar sagrado, que acaso sea el lugar natural de esta pasión de un Cristo laico que Arrabal propone en su cementerio de chatarra y sentimientos. Arrabal es tan radicalmente español que tiene algo de torerillo tremendista y goyesco a punto de cornada; de iluminado místico camino de la hoguera. 
Ciertos entronques surrealistas, el expresionismo pánico, las botas de absurdo lírico que dan sabor al teatro de Arrabal tienen los sones gregorianos y fúnebres de un iberismo esencial. Arrabal se reconoce en el tronco de los heterodoxos españoles, en el sufrimiento de los apátridas y en la altanería de los afrancesados sometidos a Inquisición y flagelo. 
El peregrinaje de El cementerio de automóviles desde agosto acá parece haber sido triunfal y, sobre todo, sorpresivo. Por entonces, Fernando Arrabal mostraba su entusiasmo apasionado por haber hallado en Juan Carlos Pérez de la Fuente el profeta que estaba revelándolo al mundo. En materia de revelaciones, Arrabal es absolutamente fiable pues, según confiesa, ha tenido muchas y variadas. Por primera vez, en aquellos días veraniegos de agosto, Arrabal se reconocía en su obra y paladeaba su raíz española y a la vez su aliento universal. Esta manía de algunos nómadas y apátridas a la fuerza por afirmar sus raíces patrióticas siempre me deja perplejo. Lo que en el estreno de hace meses en Santander destacaba, y era quizá lo que más complacía a Arrabal, era cómo Pérez de la Fuente había entendido el fondo expiatorio del personaje central: la imponente carga de inocencia traicionada que éste tiene. La inocencia es clave en El cementerio de automóviles. Y la crueldad, y la traición, y un paisaje de guardias perseguidores y sexo maltratado y herido: un erotismo en emergencia, en éxtasis y en condenación.
Pero no sé si en estos meses Arrabal se ha sentido lo bastante arropado por los españoles, por las autoridades de España y por sus revelaciones. Y tampoco sé si las complacencias de los días de agosto siguen intactas. La gira por toda España, incluido el premio de Baracaldo al mejor espectáculo del año, parecen buenos síntomas. Mas de la frágil sensibilidad de Arrabal todo se puede esperar. Si todo sigue igual, Arrabal vendrá a Madrid mañana, la víspera del estreno de esta nueva versión de El cementerio de automóviles; Si todo sigue igual seguirá diciendo que no es digno de desatar las sandalias de Pérez de la Fuente. El montaje de éste, supongo que con los ajustes realizados con el paso de los días, es el más austero y el menos barroco de los que ha realizado para el CDN. Una visión seca, dura y violenta de las peripecias de un inocente: Ecce Homo. Y una crucifixión. Estilizados y con elementos imprescindibles. 
Algunos cambios sí que ha habido en este periplo. Entre ellos, el cambio de la actriz protagonista y la voluntad de Arrabal, apenas oculta y expresada veladamente, de actualizar la obra con alusiones al terrorismo etarra, ignoro en qué ha quedado ese proyecto ucrónico y un poco traído por los pelos. Respecto al cambio de la actriz protagonista, Beatriz Argüello –que lo estrenó con fuerza y con fiereza fustigadora en Santander– ha dejado el sitio a Natalia Millán, un rostro bello y televisivo pero una incógnita para tan violento papel. Respecto al María Guerrero, donde debía ponerse El cementerio de automóviles, sigue la restauración de oros, artesonados y tuberías. El lavado de cara y saneamiento de las entrañas. Y, al parecer, las termitas expulsadas de su paraíso. Aunque nunca se sabe. 
Pero, como diría Arrabal, Dios escribe recto con líneas torcidas. Y puede que el exilio a La Abadía sea un milagro arrabalesco; y que ruinas del tiempo o destrucciones termiteras sean los enviados de Dios para la gloria de Arrabal y de Juan Carlos Pérez de la Fuente. Sobre un paisaje urbano roto de chatarra y habitado de marginalidades, El cementerio de automóviles no es otra cosa que la pasión de Cristo: un redentor divino profundamente humano. Y qué mejor, para esa conflictiva profesión de fe, que una capilla como La Abadía.

Javier VILLÁN