THEATRE :

Domingo, 20 de enero de 2002

«CARTA DE AMOR...»
DE FERNANDO ARRABAL
Deslumbrante

 

Autor: Fernando Arrabal.
Obra: Carta de amor (como un suplicio chino).
Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente.
Intérprete: María Jesús Valdés.
Escenografía: Xavier Mascaró.
Vestuario: Javier Artiñano.
Iluminación: José Luis Alonso y Luis Martínez.
Espacio Sonoro: Eduardo Vasco.
Escenario: Centro de Arte Reina Sofía.
Fecha: 18 de enero.

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MADRID.- JAVIER VILLAN
Al concluir la función, en ese espacio ya para siempre sacro del Centro de Arte Reina Sofía, nos dimos cuenta de que acababa de suceder algo más que una obra de teatro. Fue uno de esos momentos raros en los que desaparece la idea de representación y se alza la idea de concelebración sacrificial. Y una sensación de incómoda e inquietante plenitud, de haber estado en la belleza absoluta, se apodera del alma purificada. Al barroco montaje de Juan Carlos Pérez de la Fuente tenebrismo, imaginería, simbología religiosa de los objetos le ha acariciado el ala del misterio.

Pero la perfección es humana y por eso nos quedamos en el lugar sagrado, donde el milagro se insinúa: el territorio fronterizo del dolor. El dolor no es perfecto, sino humano; y doloroso y humanísimo es este texto de Fernando Arrabal y, por ello, nace de un infierno de pesadillas y sueños monstruosos. La emoción y la angustia no están reñidas con la belleza, ni le pone límites.

María Jesús Valdés se levanta, a partir de esta mater dolorosa y trágica, como reina insuperable de la escena española. Las furias de Arrabal, la desolación, el amor herido y la rabia de Carta de amor (como un suplicio chino), hallan en esta actriz prodigiosa su fatal encarnadura. .

Al final, en esa escena luminosa y fantástica con que acaba este oratorio, no se sabe si madre e hijo han alcanzado la hipostática unión liberadora, o si todo, incluida la carta y la llamada telefónica, es emanación de una mente perturbada por la amargura, la soledad y el agravio.

María Jesús Valdés ha puesto el dolor de la memoria, Fernando Arrabal el exorcismo de sus fantasmas de poeta maldito y Juan Carlos Pérez de la Fuente y su equipo la belleza sombría, la traslación óptica de unas palabras que a veces son dinamita y a veces ternura; huellas, ecos, el subconsciente deslizándose entre los signos y en las transparencias sobre el fondo del espacio escénico.

Apasionadamente Fernando Arrabal ajusta cuentas con la historia, «madrastra historia» que lo condenó a él y a su ser más querido, la madre, a destrozarse caníbalmente en un suplicio chino. El escritor, apátrida a su pesar, ajusta cuentas con la cruenta represión franquista y con la madre idolatrada, acaso delatora del padre republicano. Esa madre que prefería el orden a la revolución, la seguridad doméstica a la justicia. Para quienes hemos sido arrabalianos sub conditione y con recelos caen las últimas barreras.

Carta de amor es una tragedia, la herida abierta de la Guerra Civil que ha condicionado para siempre la obra y la vida de Fernando Arrabal. Esta herida no ha cicatrizado y de ella emana este monólogo a varias voces. En toda tragedia hay un principio innombrable de culpa; toda culpa exige una expiación y toda expiación genera un dolor primordial. Así, el sótano del Reina Sofía no es escenario, sino altar; María Jesús Valdés no es actriz, sino sacerdotisa; la función no es un espectáculo, sino una ceremonia. Y los espectadores, que en número restringido acceden al santuario, no son espectadores, sino fieles copartícipes del rito.

Con este monólogo, tan personal como universal, Arrabal echa las últimas paletadas de tierra sobre el foso cainita de las heridas de la infausta guerra civil española. El teatro opera en manos del gran taumaturgo como arte de reconciliación público.
Pérez de la Fuente ha creado un ámbito religioso, en la bóveda del Museo Reina Sofía, para dar carnalidad al verbo de Arrabal. Cuenta para ello con el talento y la absoluta complicidad de María Jesús Valdés, que realiza una de las interpretaciones más brillantes, intimistas y arriesgadas de su carrera. El viaje al pasado no es sólo el relato de los acontecimientos, sino que en manos de Arrabal se convierte en un sacramento de la memoria, como conjura y terapia colectiva del dolor de la vida y el tiempo.
El director hace acompañar este concierto de versos dramáticos, por las desgarradoras notas de un violonchelo, ecos, sombras, agua, cera ardiente...; liturgia profundamente teatral para combatir la terrible Historia de España. El uso de un sugestivo audiovisual de Juan de Sande, y de una barroca escenografía simbólica de Xavier Mascaró, se suman a todas las resonancias telúricas del espacio, buscando la revelación de lo maravilloso. Como si la voz de la Valdés y la palabra de Arrabal se amaran en el fondo de un pozo excavado en la tierra.
Hay que congratularse, igualmente de que por fin el arte contemporáneo abra sus puertas al teatro con la representación de este espectáculo en el seno de un Museo Nacional. Nadie más adecuado que el polifacético artista Fernando Arrabal para inaugurar esta nueva relación artístico-teatral de gran futuro y relevancia.

Emoción

La noche del estreno fue emocionante, por esas coincidencias que sólo pueden producirse en el vital mundo del teatro. Arrabal acababa de llegar de Iria Flavia, del entierro de su amigo Camilo José Cela; muchos de los asistentes habían realizado con él este viaje. La madre de Arrabal murió hace un año. La emoción embargaba el abovedado espacio. Arrabal se abrazó a María Jesús Valdés entre los intensos aplausos de los presentes, puestos en pie, y exclamó: «No me pidáis que hable esta noche. Dejad que disfrute de este momento. Hoy me faltan las palabras, porque las emociones me sobran».