Feliciano de Silva es el transcendente dramaturgo de la más
irradiante Celestina.
¿Se ha protegido Cervantes tras su ingenioso callar
a la hora de calificar el teatro de mi vecino? Recordemos que
Feliciano de Silva fue autor de la llamada segunda Celestina.
Obra de teatro francamente obscena si hemos de dar crédito
a sus chatos censores de ayer. A no pocos de sus lectores de
hoy tanto defrauda la obra en el capítulo de picardías
como entusiasma por su calidad literaria y su rigor dramático.
En el prólogo del Quijote nos encontramos con una referencia
a La Celestina. Los expertos nos han asegurado que Cervantes
admiró a dos dramaturgosLope de Vega y Fernando de Rojas.
Y, sin embargo, sólo mencíona al segundo en dos
versos del susodicho prólogo. ¡Cuán lejos
está de don Feliciano al que se refiere tan a menudo!
Cervantes valora La Celestina del maldito Feliciano en un elogio
compuesto con versos de cabo roto. ¿Por qué? ¿Qué
pretendía troncar, recortar, esconder? Escribe :
Libro en mi opinión divino
si encubriera más lo humano.
Dos versos que se pueden interpretar de mil maneras, y entre
ellas de estas dos, "libro eximio, maravilloso, si no fuera
tan obsceno". 0 bien, "libro que sería irreal
(divino) si no estuviera tan próximo de la realidad (lo
humano).
¿Pero por qué se referiría Cervantes a La
Celestina de Fernando de Rojas y no a la de su autor favorito?
Sobre todo teniendo en cuenta que hay una coincidencia entre
Cervantes y Feliciano de Silva que al parecer no han descubierto
los más sutiles comentadores: El Quijote de Cervantes
y La Celestina de Silva llevan la misma dedicatoria al duque
de Béjar: "... si encubriera más lo humano".
En materia de encubrimientos, nos encontramos con uno muy singular
: el narrador del Don Quijote ha inducido a error al desocupado
lector. La perla "la razón de la sinrazoon... "
... Modelo de prosa de los caballeros andantes mirobrigenses,
nunca fue escrita en ninguna novela de caballería de Feliciano
de Silva. Es simplemente una muy bien traída frase de
un parlamento de La Celestina de nuestro autor.
¿Qué quiso revelarnos Cervantes con este fascinante
juego de espejos? Que hay quien tiene ojos y no ve y oídos
y no oye.
Feliciano de Silva es el chivo expiatorio mejor apuntillado que
ha dado la historia de nuestra literatura. Probablemente tan
sólo el infame Avellaneda podría discutirle el
ultrajante sambenito de escritor más denostado de las
letras hispanas. Con cuán sospechosa unanimidad las lumbreras
de la crítica han denigrado al fecundo novelista y audaz
dramaturgo mirobrigense con la venia de no haberle leído
en la mayoría de los casos...
El equívoco surge tras una lectura superficial del primer
capítulo del Quijote. El narrador nos informa: "...
de todos (los libros de caballería), ninguno le parecía
tan bien (a don Quijote) como los que compuso el famoso Feliciano
de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas razones suyas
le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer
aquellos requiebros y cartas de desafio donde en muchas partes
hallaba escrito: La razón de la sinrazón que a
mi corazón se hace ... ", etc. El desocupado lector
de hoy se pregunta a estas alturas quién podrá
ser este famoso escritor desconocido que con tanto celo cita
de entrada el Manco de Lepanto. Para sacarle de dudas, por lo
general suele figurar una nota al pie de página, firmada
muy a menudo por una autoridad de indiscutido prestigio.
Para el excelente académico don Martín de Riquer;
Feliciano de Silva es "autor de varios enfáticos
y altisonantes libros de caballería", "es un
autor de libros de mentira y de patrañas" para don
Diego Gracián, y para Rodríguez Marín, un
escritor "de pueriles retruécanos y hueras naderías",
y así hasta mil. Que don Feliciano hubiera podido escribir
el famoso terceto de Cervantes :
Por eso me congojo y me lastimo
de verme solo en pie, sin que se aplique
árbol que me conceda algún arrimo.
Feliciano de Silva es el autor maldito por excelencia, tan
ultrajado hoy como célebre en vida, puesto que escribió
una de las series de libros más famosas de nuestra literatura.
¡Probablemente la que más!
Sus novelas cautivaron a muchas de las cabezas más capaces
de su época. En América, su reputación llegó
a tal extremo que su Don Florisel de Niquea fue el libro más
popular del Nuevo Mundo. Contra viento y marea, y como burlándose
de sus maldicientes detractores, su fama alcanzó nuestro
siglo. Aún quedan testigos que recuerdan haber visto las
novelas de mi paisano en ferias y mercados durante los años
veinte. Se vendían cual literatura subversiva bajo capa
en pliego de cordel. Cada pliego costaba 10 céntimos,
es decir, una perra gorda.
Se diría que a nadie, en nuestros círculos eruditos,
le ha preocupado dilucidar el misterio de la estrepitosa desgracia
de nuestro Feliciano.
Fue Cervantes el involuntario padre (o mejor diría, recordando
sus propias palabras, el padrastro, a pesar suyo) de esta peregrina
e injusta leyenda negra. Y sin embargo, el narrador del Quijote
ensalza sin reparos, como hemos visto, "la claridad de su
prosa". Prosa que admira don Quijote, puesto que sus razones
"le parecen perlas".
No es ni mucho menos la opinión de la cuadrilla de incendiarios
de tomos y lomos que forman el cura, el barbero, la sobrina y
el ama.
Por cierto que el narrador, maliciosamente, nos muestra que los
muy voraces truecan sus papeles, y así el ama y la sobrina
condenan los libros de Feliciano de Silva como jueces morales,
mientras que el cura lo hará como censor literario.
El canónigo, hombre que cree en lo que no ve, puesto que
le ilumina su fe de creyente, advierte a Don Quijote que "los
disparatados libros de caballería están repletos
de extrañas locuras".
A primera vista se diría que Cervantes, una vez más,
sin tomar partido, baraja los más opuestos pareceres desde
la barrera... Y, sin embargo, escuchémosle.
El cura-pirómano declara a su compinche barbero "a
trueque de quemar a la reina Pintiquiniestra y al pastor Darinel
(dos personajes paridos por el mirobrigense) ... quemara con
ellos al padre que me engendró si anduviera en figura
de caballero andante".
¡Más quisiera Cervantes! Cuando el Manco de Lepanto
escribe estas líneas tiene cerca de sesenta años
y su padre ha muerto hace veinte. Alegremente puede jurar en
vano sin que se le tuesten las barbas a su padre. No deja de
tener gracia la frase de Cervantes, sobre todo cuando sabemos
el desprecio que tuvo siempre por su padre-barbero precisamente,
como el fogoso censor. Ninguna aventura podía correr el
pusilánime don Rodrigo Cervantes, y menos que ninguna
la de que "anduviese en figura de caballero andante".
Cervantes no pudo olvidar nunca que siendo esclavo en Argel fue
su madre, disfrazada de viuda, ante la indecisión de su
encogido marido, la que luchó por su libertad. Por ello,
entre los cerca de 1.000 personajes de la obra cervantina, no
encontramos ningún Rodrigo, nombre de su apocado padre,
pero sí varias Leonoras, como su admirada madre.
Recordaré que don Feliciano fue tan afamado escritor
en vida como bienquisto ciudadano. Vivirá y morirá
en Ciudad Rodrigo, y sólo se ausentará del casco
de la ciudad para servir a Carlos V. Don Diego Hurtado Mendoza,
con mal ángel y peor sombra, se burla del creador de tan
"ampulosas aventuras" cuando "lo más que
ha corrido es de Ciudad Rodrigo a Valladolid". Ignoraba
don Diego que sobre la mesa de un novelista se pueden desatar
más aventuras que en todos los océanos del planeta.
Ciudad Rodrigo, consciente de las virtudes tan excepcionales
que adornaban a su sobresaliente vecino, le empingorotó
en vida: fue regidor del ayuntamiento, árbitro en los
tribunales, perito en testamentos, testigo en posesiones de canonjías.
A pesar de ser lego y nuevo cristiano, el cabildo de la catedral
le designó como representante en el concilio de Salamanca.
¿Tanto erró Ciudad Rodrigo?
Don Diego de Silva, hijo de don Feliciano, participó con
gallardía en la conquista de Perú, y por méritos
fue nombrado alcalde de Cuzco. Cumplió su misión
con tanto acierto que tuvo clarividencia de proteger al inca
Garcilaso de la Vega, el cual, afios después de su confirmación,
apadrinada por Diego, inauguraría la literatura hispanoamericana
con sus Comentarios Reales.
La biograria de Feliciano de Silva pinta el retrato de un ciudadano
ponderado, inteligente y respetado, en nada acorde con la imagen
retocada de un gesticulante y aparatoso individuo que han esquematizado
sus deshonradores. No sólo Ciudad Rodrigo apreció
al autor de la ciudad de la segunda Celestina, sino que su reputación
fue reconocida incluso por la casa real, con la que llegó
a emparentar. En efecto, don Feliciano casó a su hija
doña María de Silva con el hijo de don Fernando
de Toledo, primo hermano de Fernando el Católico y nieto
del primer duque de Alba. Por cierto que su yerno, don Fadrique,
pedirá en varias ocasiones al Papa la bendición
de su matrimonio con la nueva cristiana de abolcngo judío,
su idolatrada esposa mirobrigense María de Silva.
Pero, sobre todo, Feliciano de Silva es el escritor más
citado y sin lugar a duda el más y mejor leído
por Cervantes. Cabría preguntar a los denostadores de
nuestro novelista cómo es que Cervantes se leyó
con tanto aplícación unos libros que, según
ellos, son "hueras naderías". ¿Por qué
los parodia con tal conocimiento de causa? ¿Quién
puede creer que Cervantes pasó una parte importante de
su vida de lector engullendo una literatura insulsa? Más
aún teniendo presente que Cervantes fue un escritor con
uno de los bagajes intelectuales más rico de su época,
como muy finamente ha mostrado Américo Castro.
Se ha dado como cierto que Cervantes aplaudió el Amadís
de Gaula al tiempo que condenó el Amadís de Grecia
de mi paisano. Se esgrime como razón que el cura salva
de la quema al de Gaula tras la defensa que de este libro hace
el barbero. ¡Menudo par de abogados!
Sin embargo, observamos que a todo lo largo de la novela el narrador
y el mismo Don Quijote no establecen diferencia alguna de calidad
entre los Amadises.
Y si de su Amadís se precia Gaula,
por cuyos bravos descendientes Grecia
triunfa mil veces y su fama ensancha.
¡Y tanto que sí! el Amadís de Grecia de
Feliciano poco tiene que envidiar al primero. Y el lector de
buena fe podría muy bien preguntar con Don Quijote : "¿Quién
más galán que Lisuarte de Grecia?" Otro entre
los mil y un héroes brotados de la pluma de nuestro inigualable
autor.
Ciertos, menos doctos que sectarios, trizando mal sus prejuicios
religiosos entre los colchones de su sabihondería, han
ambicionado hacerle más que la cama el fé- a don
Feliciano. El mismo Menéndez Pelayo sienta catédra
afirmando que "al Amadís de Gaula hay que separarlo
de la turba de los satélites". Por esta vez don Marcelino
más bien se sienta en ella. Porque la verdad es que el
propio Amadís de Gaula fue ya un satélite de los
poemas bretones, el cual, como lo señala Gili Gaya, "fue
creciendo durante dos siglos en su transmisión manuscrita".
¡Ah si en vez de ser españoles fuéramos surrealistas
de París! No permitiríamos que nadie pusiera en
solfa (invariablemente con pocas luces y menos chispas) la prosa
de nuestro coterráneo. Ni Gracián, ni Góngora
ni Calderón dieron de codos a sus mal llamados retruécanos,
que los más leídos rebautizaron paronomasias, que
ni son todos los que están ni están todos los que
son en el parnaso de los elegidos... Donde en tantas ocasiones
las rameras se vuelven romeras, como ya señalaron con
este mismo juego de palabras Feliciano de Silva y su discípulo
en este caso Cervantes. Los postistas españoles y los
surrealistas cosmopolitas no escupieron en la cara a las figuras
retóricas que con tanto salero y finura usó, cual
precursor de la expresión barroca, nuestro feliz Feliciano.
No en la silva de nuestro de Silva leemos "mis ojos sin
tus ojos no son ojos" sino en la de Miguel Hernández.
Que la razón de la sinrazón del mirobrigense asoma
en los versos del gran poeta contemporáneo "ardo
en tu voz y en tu alrededor ardo y tardo a arder lo que a ofrecerte
tardo", que canta el mismo Miguel Hernández sin que
ningun sabelotodo se rasgue las vestiduras. Hubiera merecido
tanto crítico obtuso que el poeta les espetara :
Tu crítica majadera
de los libros que escribí,
Pedancio, poco me altera ;
más pesadumbre tuviera
sí te gustaran a ti.
Tendrá que ser un inglés, Southey, quien muestre
que Shakespeare imita al mirobrigense hasta el punto de nacionalizar
a Florisel en su drama Cuento de invierno, y españoles
los que patosamente se pitorreen de la demostración del
británico.
Como ingleses serán los que conservarán con infinito
respeto ciertos ejemplares aún existentes de las primeras
ediciones de Feliciano de Silva, que aquí
la envidia y la mentira
le "mantienen" encerrado.
No. No fue el estilo de Feliciano de Silva el que provocó
su desgracia, estilo que don Pascual de Gayangos juzga a menudo
"natural y sencillo" o que el propio Cervantes celebra
con estas palabras : "Admirables versos de sus bucólicas,
cantadas y representadas por él con todo donaire, discreción
y desinvoltura." Don Feliciano topó con la Contrarreforma.
Poco después de la muerte de Feliciano de Silva el concilio
de Trento se propuso hacer entrar en vereda un catolicismo que
se veía asaltado por místicos erasmistas, protestantes
luteranos, alquimistas herméticos y caballeros andantes.
Pero los moralistas y teólogos ya habían tomado
posición contra los libros de caballería. El país
les aparecía infestado por esta peste perniciosa. El propio
Carlos V hacía de las novelas de don Feliciano sus lecturas
favoritas ; San Ignacio de Loyola se solazaba con ellas ; Santa
Teresa estaba tan encandilada con los libros de caballería
que en colaboración con su hermano Rodrigo de Cepeda escribió
uno de ellos, probablemente imitando a mi vecino, como cuando
escribe años después :
Qué duro estos destierros,
esta cárcel y estos hierros
en que el alma está metida.
Sólo esperar la salida
me causa un dolor tan fiero
que muero porque no muero.
La España de orden, la España racionalista de
la Contrarreforma. La España sensata de curas y barberos
se sentía amenazada por un huracán que tenía
por ojo un Ciudad Rodrigo de caballeros andantes. No olvidemos
que la otra gran serie de novelas de caballería, la de
los Palmerines, también fue parida a la sombra del castillo
de Trastámara, de Ciudad Rodrigo. Castillo que la barbarie
positivista ha transformado en dormidero de turistas. Estas piedras
no se levantaron hacia el cielo para amodorrar excursionistas,
sino rara despertar leyendas y aventuras.
Que algunos inobedientes
a la vergüenza y el miedo
con las prendas de su honor
han trocado sus efectos.
En el nuevo mundo conquistado por españolitos de a
pie, que habían aprendido a cabalgar y a soñar
con nuestro Feliciano, las novelas de caballería se convirtieron
en guías subversivas. Estos libros que habían sido
el acicate y el modelo de los conquistadores, una vez finalizada
la inverosímil hazaña de la conquista de América
podían servir de instrumento de liberación para
los indios. Pronto se dispuso que "no vayan a América"
porque, cito, "son un mal ejemplo para los indios".
Las novelas de Feliciano de Silva se transforman en clandestinos
manuales sediciosos. La Casa de Contratación de Sevilla,
poco antes de la muerte de don Feliciano, prohíbe la exportación
de sus libros "porque los indios, dándose a ellos,
dejarán los libros de sana y buena lectura ... ",
leánse los tratados de resignación.
No es mera coincidencia el hecho de que el último conquistador
español, Hernán Cortés, muera en 1547 olvidado
en Sevilla, probablemente al tiempo que fallece Feliciano de
Silva en Ciudad Rodrigo... y que nace Cervantes, también
en 1547. Ocho años después, las Cortes de Valladolid
prohiben a los españoles que lean estos libros "de
mentiras y de vanidades...". Felizmente Carlos V se negó
a firmar el decreto, recordando sus deleitosas lecturas.
La jauría de los bienpensantes continuó el acoso
acusando a nuestro paisano de mal nacido. Italia saltó
al ruedo y el obispo de Bolluno, Luigi Lollino, reveló
a sus asustados compatriotas que nuestro temible mirobrigense
"tiene un falso nombre de cristiano siendo mahometano y
encantador de Mauritania".
En la Península, nuestros censores ya han pasado al ultraje.
Para fray Pedro Malón de Chaide, estos "libros de
sueño, mentiras y quimeras no son de caballerías,
sino de bellaquerías". Don Marcelino Menéndez
Pelayo, siglos después, expondrá las razones de
esta inquina : "eran libros sensuales que adormecían
la conciencia y que iban contra el espíritu cristiano
de la época".
En efecto, las novelas de Feliciano tienen como marco un mundo
mágico, un mundo incompatible con la razón y la
moral, un mundo mediatizado por fuerzas misteriosas e incontrolables
por un partido del orden; un mundo ecuménico abierto,
pánico, sin prejuicios; en el cual incluso se puede recurrir
a la protección de dioses paganos, de hechiceros, de magos,
de encantadores ; un universo en el que el individuo solo, cual
caballero andante, desfacerá los entuertos sin preocuparle
un comino el Estado omnipresente. Pero, sobre todo, las novelas
de caballería son el vehículo esotérico
de los secretos de la alquimia. El arte de los caballeros (La
Cábala) permitía acceder al conocimiento de los
libros herméticos. El estudio sereno de las novelas de
Feliciano de Silva, de su doble lenguaje en sus últimos
escritos, reserva apasionantes sorpresas y fulgurantes ensefianzas
para el porvenir.
Cuando más de medio siglo después de morir don
Feliciano de Silva aparece el Quijote, la Contrarreforma ya ha
triunfado. El país está controlado por una minoría
selecta, sensata, racional y mesurada. Las novelas de caballería
son un insulto a este modernismo progresista... Han perdido la
batalla intelectual.
Don Feliciano es un vencido ya... cómo debe conmover su
figura y su obra a Cervantes, Cuando el Manco de Lepanto comienza
a escribir su portentosa novela, los modernos funcionarios, cicateros
y quisquillosos, le han recluido en la cárcel de Sevilla,
"donde toda incomodidad tiene su asiento ... ", según
nos asegura un experto como él que durante cinco años
fue esclavo en Argel.
Cervantes siempre estuvo del lado de los vencidos. Quizá
- permítaseme esta impertinencia - por las mismas razones
que yo: siempre hay demasiada gente junto a los vencedores.
El prestigio mágico - y quijotesco antes del parto - de
los caballeros andantes de Feliciano de Silva se ha desvanecido
por completo cuando Cervantes redacta el Quijote. Las novelas
de caballería ya sólo son un anacronismo para los
mandamases prudentes de entonces. Para éstos, todo el
mal de España lo habían provocado las tres bancarrotas
que se sucedieron durante el reinado de Felipe II. Nada más
cuerdo para ellos que atenerse al valor del dinero y al rango
socialÖ Sólo reconocerán un caballero : don
dinero.
Madre, yo al oro me humillo ;
él es mi amante y amado,
pues de puro enamorado
de continuo anda amarillo,
que pues doblón o sencillo
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero
es Don Dinero.
Pero el pueblo español, a escondidas, seguía
leyendo la obra de Feliciano de Silva, importándole un
rábano que se le tachara por ello de lo que era, ¡y
a mucha honra! : plebeyo.
¿A quién puede extrafiar que sólo cien años
después Juan Alfonso de Lancina asegure que "a los
soldados españoles (esos despreciados plebeyos lectores
de don Feliciano) no les falta valor y denuedo, sino héroes
para dirigirles". Es decir, caballeros andantes, capitanes
pusilánimes o desertores que Lope aborrece :
¿A quién no dará cuidado
si es español verdadero
ver los hombres a lo antiguo
y el valor a lo moderno?
He aquí algunas de las preguntas que una crítica
sin prejuicios hubiera debido plantearse : ¿Sale Cervantes
con el Quijote en defensa de su mancillado correligionario de
Ciudad Rodrigo? ¿Trata de reivindicar al caballero andante
como figura positiva de nuestra patria? ¿Podía
hacerlo descaradamente ante un poder de hombres tan poderosos
como irreductibles ?
Y, sin embargo, la eterna pregunta de los mejores lectores de
Cervantes es: ¿Qué quiso decir con su novela? Para
Ortega y Gasset: "El Quijote es un equívoco, un colosal
equívoco. " El propio Américo Castro cambiará
radicalmente de opinión en dos ediciones sucesivas del
mismo libro sobre temas tan esenciales como la sinceridad y el
sentimiento relígioso-racíal de Cervantes. Tal
es la ambigüedad aparente del autor; incluso su biografía
esta plagada de misterios y ambigüedades. ¿Perdió
la mano en Lepanto o es un manco sano que se deja besar precisamente
su perdida mano izquierda por un estudiante, según él
mismo confiesa? ¿Nació en Alcalá de Henares
en la provincia de Zamora? ¿La batalla de Lepanto fue
una escaramuza dentro de una campaña perdida por Juan
de Austria frente al turco o la más alta ocasión
que esperan ver los tiempos venideros? ¿Por qué
Felipe II le condenó a que le cortaran su mano derecha
cuando tenía veinte años?
Sorprende que los cervantófilos, con extraña y
misteriosa unanimidad, acepten como evidencia la especie de que
Cervantes condenó la obra de Feliciano de Silva. Como
si el autor del Quijote por primera vez abandonara lo que ellos
mismos consideran la quintaesencia de su deslumbrante noveliisticas
: el arte de presentar sobre un mismo tema puntos de vistas distintos
y aun contradictorios.
Cervantes no satirizó a Feliciano de Silva, y lo proclamó
en verso :
Nunca voló la humilde pluma mía
por la región satírica, baxeza
que a infames premios y desgracias guía.
¡Grandeza y miseria de la literatura más noble!
Durante cuatro siglos la inquina, los insultos o los sarcasmos
han tratado de enterrar la obra del iniciado de La alquimia,
Feliciano de Silva. La buena nueva que pregonaron sus héroes
ha llegado a nosotros de rebote ingenioso a través de
un hidalgo de la mancha más ingenioso que loco.
Proponía nuestro Feliciano una via de salvacion al margen
de la moral oficial y de la ética pancísta... pero
España había entrado en decadencia por la traición
de sus cabecillas de poca monta... Y de tan poca que nunca pudieron
encaramarse sobre Rocinante.
Que ya dijo Quevedo :
Qué cosa es ser un infanzón de España
abreviado de la silla a la jineta
y gastar un caballo en una caña.
Y con más sentimiento aún :
Miré los muros de la patria mía
si un tiempo fuertes ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.
Dispersos por el mundo o recluido entre las murallas de Ciudad
Rodrigo somos, con Feliciano de Silva, todos nosotros los mismos,
los de antes y los de ahora y los que han de venir, los sabios
y los locos, los héroes y los insensatos, que no hemos
venido a esta tierra única para vivir mejor o peor, porque
pertenecemos a un pueblo de caballeros andantes con la misión
de llevar al mundo al socaire de nuestras andanzas, palabras
de justicia, de belleza y de ciencia.
Este es el mito universal de la literatura.
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