CONGRES:

 

CONGRESO DE BILBAO, del 4 al 12 de abril de 2000, "MITOS UNIVERSALES"


SILVA POR UN PáNICO FUTURO

(La celestina olvidada de un Feliciano maldito)

Conférence de Fernando ARRABAL

Miércoles 12 de abril de 2000 a las 20 horas

Feliciano de Silva es el transcendente dramaturgo de la más irradiante Celestina.

¿Se ha protegido Cervantes tras su ingenioso callar a la hora de calificar el teatro de mi vecino? Recordemos que Feliciano de Silva fue autor de la llamada segunda Celestina. Obra de teatro francamente obscena si hemos de dar crédito a sus chatos censores de ayer. A no pocos de sus lectores de hoy tanto defrauda la obra en el capítulo de picardías como entusiasma por su calidad literaria y su rigor dramático.
En el prólogo del Quijote nos encontramos con una referencia a La Celestina. Los expertos nos han asegurado que Cervantes admiró a dos dramaturgosLope de Vega y Fernando de Rojas. Y, sin embargo, sólo mencíona al segundo en dos versos del susodicho prólogo. ¡Cuán lejos está de don Feliciano al que se refiere tan a menudo!
Cervantes valora La Celestina del maldito Feliciano en un elogio compuesto con versos de cabo roto. ¿Por qué? ¿Qué pretendía troncar, recortar, esconder? Escribe :

Libro en mi opinión divino
si encubriera más lo humano.

Dos versos que se pueden interpretar de mil maneras, y entre ellas de estas dos, "libro eximio, maravilloso, si no fuera tan obsceno". 0 bien, "libro que sería irreal (divino) si no estuviera tan próximo de la realidad (lo humano).
¿Pero por qué se referiría Cervantes a La Celestina de Fernando de Rojas y no a la de su autor favorito?
Sobre todo teniendo en cuenta que hay una coincidencia entre Cervantes y Feliciano de Silva que al parecer no han descubierto los más sutiles comentadores: El Quijote de Cervantes y La Celestina de Silva llevan la misma dedicatoria al duque de Béjar: "... si encubriera más lo humano".
En materia de encubrimientos, nos encontramos con uno muy singular : el narrador del Don Quijote ha inducido a error al desocupado lector. La perla "la razón de la sinrazoon... " ... Modelo de prosa de los caballeros andantes mirobrigenses, nunca fue escrita en ninguna novela de caballería de Feliciano de Silva. Es simplemente una muy bien traída frase de un parlamento de La Celestina de nuestro autor.
¿Qué quiso revelarnos Cervantes con este fascinante juego de espejos? Que hay quien tiene ojos y no ve y oídos y no oye.
Feliciano de Silva es el chivo expiatorio mejor apuntillado que ha dado la historia de nuestra literatura. Probablemente tan sólo el infame Avellaneda podría discutirle el ultrajante sambenito de escritor más denostado de las letras hispanas. Con cuán sospechosa unanimidad las lumbreras de la crítica han denigrado al fecundo novelista y audaz dramaturgo mirobrigense con la venia de no haberle leído en la mayoría de los casos...
El equívoco surge tras una lectura superficial del primer capítulo del Quijote. El narrador nos informa: "... de todos (los libros de caballería), ninguno le parecía tan bien (a don Quijote) como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafio donde en muchas partes hallaba escrito: La razón de la sinrazón que a mi corazón se hace ... ", etc. El desocupado lector de hoy se pregunta a estas alturas quién podrá ser este famoso escritor desconocido que con tanto celo cita de entrada el Manco de Lepanto. Para sacarle de dudas, por lo general suele figurar una nota al pie de página, firmada muy a menudo por una autoridad de indiscutido prestigio.
Para el excelente académico don Martín de Riquer; Feliciano de Silva es "autor de varios enfáticos y altisonantes libros de caballería", "es un autor de libros de mentira y de patrañas" para don Diego Gracián, y para Rodríguez Marín, un escritor "de pueriles retruécanos y hueras naderías", y así hasta mil. Que don Feliciano hubiera podido escribir el famoso terceto de Cervantes :

Por eso me congojo y me lastimo
de verme solo en pie, sin que se aplique
árbol que me conceda algún arrimo.

Feliciano de Silva es el autor maldito por excelencia, tan ultrajado hoy como célebre en vida, puesto que escribió una de las series de libros más famosas de nuestra literatura. ¡Probablemente la que más!
Sus novelas cautivaron a muchas de las cabezas más capaces de su época. En América, su reputación llegó a tal extremo que su Don Florisel de Niquea fue el libro más popular del Nuevo Mundo. Contra viento y marea, y como burlándose de sus maldicientes detractores, su fama alcanzó nuestro siglo. Aún quedan testigos que recuerdan haber visto las novelas de mi paisano en ferias y mercados durante los años veinte. Se vendían cual literatura subversiva bajo capa en pliego de cordel. Cada pliego costaba 10 céntimos, es decir, una perra gorda.
Se diría que a nadie, en nuestros círculos eruditos, le ha preocupado dilucidar el misterio de la estrepitosa desgracia de nuestro Feliciano.
Fue Cervantes el involuntario padre (o mejor diría, recordando sus propias palabras, el padrastro, a pesar suyo) de esta peregrina e injusta leyenda negra. Y sin embargo, el narrador del Quijote ensalza sin reparos, como hemos visto, "la claridad de su prosa". Prosa que admira don Quijote, puesto que sus razones "le parecen perlas".
No es ni mucho menos la opinión de la cuadrilla de incendiarios de tomos y lomos que forman el cura, el barbero, la sobrina y el ama.
Por cierto que el narrador, maliciosamente, nos muestra que los muy voraces truecan sus papeles, y así el ama y la sobrina condenan los libros de Feliciano de Silva como jueces morales, mientras que el cura lo hará como censor literario.
El canónigo, hombre que cree en lo que no ve, puesto que le ilumina su fe de creyente, advierte a Don Quijote que "los disparatados libros de caballería están repletos de extrañas locuras".
A primera vista se diría que Cervantes, una vez más, sin tomar partido, baraja los más opuestos pareceres desde la barrera... Y, sin embargo, escuchémosle.
El cura-pirómano declara a su compinche barbero "a trueque de quemar a la reina Pintiquiniestra y al pastor Darinel (dos personajes paridos por el mirobrigense) ... quemara con ellos al padre que me engendró si anduviera en figura de caballero andante".
¡Más quisiera Cervantes! Cuando el Manco de Lepanto escribe estas líneas tiene cerca de sesenta años y su padre ha muerto hace veinte. Alegremente puede jurar en vano sin que se le tuesten las barbas a su padre. No deja de tener gracia la frase de Cervantes, sobre todo cuando sabemos el desprecio que tuvo siempre por su padre-barbero precisamente, como el fogoso censor. Ninguna aventura podía correr el pusilánime don Rodrigo Cervantes, y menos que ninguna la de que "anduviese en figura de caballero andante". Cervantes no pudo olvidar nunca que siendo esclavo en Argel fue su madre, disfrazada de viuda, ante la indecisión de su encogido marido, la que luchó por su libertad. Por ello, entre los cerca de 1.000 personajes de la obra cervantina, no encontramos ningún Rodrigo, nombre de su apocado padre, pero sí varias Leonoras, como su admirada madre.

Recordaré que don Feliciano fue tan afamado escritor en vida como bienquisto ciudadano. Vivirá y morirá en Ciudad Rodrigo, y sólo se ausentará del casco de la ciudad para servir a Carlos V. Don Diego Hurtado Mendoza, con mal ángel y peor sombra, se burla del creador de tan "ampulosas aventuras" cuando "lo más que ha corrido es de Ciudad Rodrigo a Valladolid". Ignoraba don Diego que sobre la mesa de un novelista se pueden desatar más aventuras que en todos los océanos del planeta.
Ciudad Rodrigo, consciente de las virtudes tan excepcionales que adornaban a su sobresaliente vecino, le empingorotó en vida: fue regidor del ayuntamiento, árbitro en los tribunales, perito en testamentos, testigo en posesiones de canonjías. A pesar de ser lego y nuevo cristiano, el cabildo de la catedral le designó como representante en el concilio de Salamanca. ¿Tanto erró Ciudad Rodrigo?
Don Diego de Silva, hijo de don Feliciano, participó con gallardía en la conquista de Perú, y por méritos fue nombrado alcalde de Cuzco. Cumplió su misión con tanto acierto que tuvo clarividencia de proteger al inca Garcilaso de la Vega, el cual, afios después de su confirmación, apadrinada por Diego, inauguraría la literatura hispanoamericana con sus Comentarios Reales.
La biograria de Feliciano de Silva pinta el retrato de un ciudadano ponderado, inteligente y respetado, en nada acorde con la imagen retocada de un gesticulante y aparatoso individuo que han esquematizado sus deshonradores. No sólo Ciudad Rodrigo apreció al autor de la ciudad de la segunda Celestina, sino que su reputación fue reconocida incluso por la casa real, con la que llegó a emparentar. En efecto, don Feliciano casó a su hija doña María de Silva con el hijo de don Fernando de Toledo, primo hermano de Fernando el Católico y nieto del primer duque de Alba. Por cierto que su yerno, don Fadrique, pedirá en varias ocasiones al Papa la bendición de su matrimonio con la nueva cristiana de abolcngo judío, su idolatrada esposa mirobrigense María de Silva.
Pero, sobre todo, Feliciano de Silva es el escritor más citado y sin lugar a duda el más y mejor leído por Cervantes. Cabría preguntar a los denostadores de nuestro novelista cómo es que Cervantes se leyó con tanto aplícación unos libros que, según ellos, son "hueras naderías". ¿Por qué los parodia con tal conocimiento de causa? ¿Quién puede creer que Cervantes pasó una parte importante de su vida de lector engullendo una literatura insulsa? Más aún teniendo presente que Cervantes fue un escritor con uno de los bagajes intelectuales más rico de su época, como muy finamente ha mostrado Américo Castro.
Se ha dado como cierto que Cervantes aplaudió el Amadís de Gaula al tiempo que condenó el Amadís de Grecia de mi paisano. Se esgrime como razón que el cura salva de la quema al de Gaula tras la defensa que de este libro hace el barbero. ¡Menudo par de abogados!
Sin embargo, observamos que a todo lo largo de la novela el narrador y el mismo Don Quijote no establecen diferencia alguna de calidad entre los Amadises.

Y si de su Amadís se precia Gaula,
por cuyos bravos descendientes Grecia
triunfa mil veces y su fama ensancha.

¡Y tanto que sí! el Amadís de Grecia de Feliciano poco tiene que envidiar al primero. Y el lector de buena fe podría muy bien preguntar con Don Quijote : "¿Quién más galán que Lisuarte de Grecia?" Otro entre los mil y un héroes brotados de la pluma de nuestro inigualable autor.
Ciertos, menos doctos que sectarios, trizando mal sus prejuicios religiosos entre los colchones de su sabihondería, han ambicionado hacerle más que la cama el fé- a don Feliciano. El mismo Menéndez Pelayo sienta catédra afirmando que "al Amadís de Gaula hay que separarlo de la turba de los satélites". Por esta vez don Marcelino más bien se sienta en ella. Porque la verdad es que el propio Amadís de Gaula fue ya un satélite de los poemas bretones, el cual, como lo señala Gili Gaya, "fue creciendo durante dos siglos en su transmisión manuscrita".
¡Ah si en vez de ser españoles fuéramos surrealistas de París! No permitiríamos que nadie pusiera en solfa (invariablemente con pocas luces y menos chispas) la prosa de nuestro coterráneo. Ni Gracián, ni Góngora ni Calderón dieron de codos a sus mal llamados retruécanos, que los más leídos rebautizaron paronomasias, que ni son todos los que están ni están todos los que son en el parnaso de los elegidos... Donde en tantas ocasiones las rameras se vuelven romeras, como ya señalaron con este mismo juego de palabras Feliciano de Silva y su discípulo en este caso Cervantes. Los postistas españoles y los surrealistas cosmopolitas no escupieron en la cara a las figuras retóricas que con tanto salero y finura usó, cual precursor de la expresión barroca, nuestro feliz Feliciano. No en la silva de nuestro de Silva leemos "mis ojos sin tus ojos no son ojos" sino en la de Miguel Hernández. Que la razón de la sinrazón del mirobrigense asoma en los versos del gran poeta contemporáneo "ardo en tu voz y en tu alrededor ardo y tardo a arder lo que a ofrecerte tardo", que canta el mismo Miguel Hernández sin que ningun sabelotodo se rasgue las vestiduras. Hubiera merecido tanto crítico obtuso que el poeta les espetara :

Tu crítica majadera
de los libros que escribí,
Pedancio, poco me altera ;
más pesadumbre tuviera
sí te gustaran a ti.

Tendrá que ser un inglés, Southey, quien muestre que Shakespeare imita al mirobrigense hasta el punto de nacionalizar a Florisel en su drama Cuento de invierno, y españoles los que patosamente se pitorreen de la demostración del británico.
Como ingleses serán los que conservarán con infinito respeto ciertos ejemplares aún existentes de las primeras ediciones de Feliciano de Silva, que aquí

la envidia y la mentira
le "mantienen" encerrado.

No. No fue el estilo de Feliciano de Silva el que provocó su desgracia, estilo que don Pascual de Gayangos juzga a menudo "natural y sencillo" o que el propio Cervantes celebra con estas palabras : "Admirables versos de sus bucólicas, cantadas y representadas por él con todo donaire, discreción y desinvoltura." Don Feliciano topó con la Contrarreforma. Poco después de la muerte de Feliciano de Silva el concilio de Trento se propuso hacer entrar en vereda un catolicismo que se veía asaltado por místicos erasmistas, protestantes luteranos, alquimistas herméticos y caballeros andantes. Pero los moralistas y teólogos ya habían tomado posición contra los libros de caballería. El país les aparecía infestado por esta peste perniciosa. El propio Carlos V hacía de las novelas de don Feliciano sus lecturas favoritas ; San Ignacio de Loyola se solazaba con ellas ; Santa Teresa estaba tan encandilada con los libros de caballería que en colaboración con su hermano Rodrigo de Cepeda escribió uno de ellos, probablemente imitando a mi vecino, como cuando escribe años después :

Qué duro estos destierros,
esta cárcel y estos hierros
en que el alma está metida.
Sólo esperar la salida
me causa un dolor tan fiero
que muero porque no muero.

La España de orden, la España racionalista de la Contrarreforma. La España sensata de curas y barberos se sentía amenazada por un huracán que tenía por ojo un Ciudad Rodrigo de caballeros andantes. No olvidemos que la otra gran serie de novelas de caballería, la de los Palmerines, también fue parida a la sombra del castillo de Trastámara, de Ciudad Rodrigo. Castillo que la barbarie positivista ha transformado en dormidero de turistas. Estas piedras no se levantaron hacia el cielo para amodorrar excursionistas, sino rara despertar leyendas y aventuras.

Que algunos inobedientes
a la vergüenza y el miedo
con las prendas de su honor
han trocado sus efectos.

En el nuevo mundo conquistado por españolitos de a pie, que habían aprendido a cabalgar y a soñar con nuestro Feliciano, las novelas de caballería se convirtieron en guías subversivas. Estos libros que habían sido el acicate y el modelo de los conquistadores, una vez finalizada la inverosímil hazaña de la conquista de América podían servir de instrumento de liberación para los indios. Pronto se dispuso que "no vayan a América" porque, cito, "son un mal ejemplo para los indios". Las novelas de Feliciano de Silva se transforman en clandestinos manuales sediciosos. La Casa de Contratación de Sevilla, poco antes de la muerte de don Feliciano, prohíbe la exportación de sus libros "porque los indios, dándose a ellos, dejarán los libros de sana y buena lectura ... ", leánse los tratados de resignación.
No es mera coincidencia el hecho de que el último conquistador español, Hernán Cortés, muera en 1547 olvidado en Sevilla, probablemente al tiempo que fallece Feliciano de Silva en Ciudad Rodrigo... y que nace Cervantes, también en 1547. Ocho años después, las Cortes de Valladolid prohiben a los españoles que lean estos libros "de mentiras y de vanidades...". Felizmente Carlos V se negó a firmar el decreto, recordando sus deleitosas lecturas.
La jauría de los bienpensantes continuó el acoso acusando a nuestro paisano de mal nacido. Italia saltó al ruedo y el obispo de Bolluno, Luigi Lollino, reveló a sus asustados compatriotas que nuestro temible mirobrigense "tiene un falso nombre de cristiano siendo mahometano y encantador de Mauritania".
En la Península, nuestros censores ya han pasado al ultraje. Para fray Pedro Malón de Chaide, estos "libros de sueño, mentiras y quimeras no son de caballerías, sino de bellaquerías". Don Marcelino Menéndez Pelayo, siglos después, expondrá las razones de esta inquina : "eran libros sensuales que adormecían la conciencia y que iban contra el espíritu cristiano de la época".
En efecto, las novelas de Feliciano tienen como marco un mundo mágico, un mundo incompatible con la razón y la moral, un mundo mediatizado por fuerzas misteriosas e incontrolables por un partido del orden; un mundo ecuménico abierto, pánico, sin prejuicios; en el cual incluso se puede recurrir a la protección de dioses paganos, de hechiceros, de magos, de encantadores ; un universo en el que el individuo solo, cual caballero andante, desfacerá los entuertos sin preocuparle un comino el Estado omnipresente. Pero, sobre todo, las novelas de caballería son el vehículo esotérico de los secretos de la alquimia. El arte de los caballeros (La Cábala) permitía acceder al conocimiento de los libros herméticos. El estudio sereno de las novelas de Feliciano de Silva, de su doble lenguaje en sus últimos escritos, reserva apasionantes sorpresas y fulgurantes ensefianzas para el porvenir.
Cuando más de medio siglo después de morir don Feliciano de Silva aparece el Quijote, la Contrarreforma ya ha triunfado. El país está controlado por una minoría selecta, sensata, racional y mesurada. Las novelas de caballería son un insulto a este modernismo progresista... Han perdido la batalla intelectual.
Don Feliciano es un vencido ya... cómo debe conmover su figura y su obra a Cervantes, Cuando el Manco de Lepanto comienza a escribir su portentosa novela, los modernos funcionarios, cicateros y quisquillosos, le han recluido en la cárcel de Sevilla, "donde toda incomodidad tiene su asiento ... ", según nos asegura un experto como él que durante cinco años fue esclavo en Argel.
Cervantes siempre estuvo del lado de los vencidos. Quizá - permítaseme esta impertinencia - por las mismas razones que yo: siempre hay demasiada gente junto a los vencedores.
El prestigio mágico - y quijotesco antes del parto - de los caballeros andantes de Feliciano de Silva se ha desvanecido por completo cuando Cervantes redacta el Quijote. Las novelas de caballería ya sólo son un anacronismo para los mandamases prudentes de entonces. Para éstos, todo el mal de España lo habían provocado las tres bancarrotas que se sucedieron durante el reinado de Felipe II. Nada más cuerdo para ellos que atenerse al valor del dinero y al rango socialÖ Sólo reconocerán un caballero : don dinero.

Madre, yo al oro me humillo ;
él es mi amante y amado,
pues de puro enamorado
de continuo anda amarillo,
que pues doblón o sencillo
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero
es Don Dinero.

Pero el pueblo español, a escondidas, seguía leyendo la obra de Feliciano de Silva, importándole un rábano que se le tachara por ello de lo que era, ¡y a mucha honra! : plebeyo.
¿A quién puede extrafiar que sólo cien años después Juan Alfonso de Lancina asegure que "a los soldados españoles (esos despreciados plebeyos lectores de don Feliciano) no les falta valor y denuedo, sino héroes para dirigirles". Es decir, caballeros andantes, capitanes pusilánimes o desertores que Lope aborrece :

¿A quién no dará cuidado
si es español verdadero
ver los hombres a lo antiguo
y el valor a lo moderno?

He aquí algunas de las preguntas que una crítica sin prejuicios hubiera debido plantearse : ¿Sale Cervantes con el Quijote en defensa de su mancillado correligionario de Ciudad Rodrigo? ¿Trata de reivindicar al caballero andante como figura positiva de nuestra patria? ¿Podía hacerlo descaradamente ante un poder de hombres tan poderosos como irreductibles ?
Y, sin embargo, la eterna pregunta de los mejores lectores de Cervantes es: ¿Qué quiso decir con su novela? Para Ortega y Gasset: "El Quijote es un equívoco, un colosal equívoco. " El propio Américo Castro cambiará radicalmente de opinión en dos ediciones sucesivas del mismo libro sobre temas tan esenciales como la sinceridad y el sentimiento relígioso-racíal de Cervantes. Tal es la ambigüedad aparente del autor; incluso su biografía esta plagada de misterios y ambigüedades. ¿Perdió la mano en Lepanto o es un manco sano que se deja besar precisamente su perdida mano izquierda por un estudiante, según él mismo confiesa? ¿Nació en Alcalá de Henares en la provincia de Zamora? ¿La batalla de Lepanto fue una escaramuza dentro de una campaña perdida por Juan de Austria frente al turco o la más alta ocasión que esperan ver los tiempos venideros? ¿Por qué Felipe II le condenó a que le cortaran su mano derecha cuando tenía veinte años?
Sorprende que los cervantófilos, con extraña y misteriosa unanimidad, acepten como evidencia la especie de que Cervantes condenó la obra de Feliciano de Silva. Como si el autor del Quijote por primera vez abandonara lo que ellos mismos consideran la quintaesencia de su deslumbrante noveliisticas : el arte de presentar sobre un mismo tema puntos de vistas distintos y aun contradictorios.
Cervantes no satirizó a Feliciano de Silva, y lo proclamó en verso :

Nunca voló la humilde pluma mía
por la región satírica, baxeza
que a infames premios y desgracias guía.

¡Grandeza y miseria de la literatura más noble! Durante cuatro siglos la inquina, los insultos o los sarcasmos han tratado de enterrar la obra del iniciado de La alquimia, Feliciano de Silva. La buena nueva que pregonaron sus héroes ha llegado a nosotros de rebote ingenioso a través de un hidalgo de la mancha más ingenioso que loco.
Proponía nuestro Feliciano una via de salvacion al margen de la moral oficial y de la ética pancísta... pero España había entrado en decadencia por la traición de sus cabecillas de poca monta... Y de tan poca que nunca pudieron encaramarse sobre Rocinante.
Que ya dijo Quevedo :

Qué cosa es ser un infanzón de España
abreviado de la silla a la jineta
y gastar un caballo en una caña.

Y con más sentimiento aún :

Miré los muros de la patria mía
si un tiempo fuertes ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.

Dispersos por el mundo o recluido entre las murallas de Ciudad Rodrigo somos, con Feliciano de Silva, todos nosotros los mismos, los de antes y los de ahora y los que han de venir, los sabios y los locos, los héroes y los insensatos, que no hemos venido a esta tierra única para vivir mejor o peor, porque pertenecemos a un pueblo de caballeros andantes con la misión de llevar al mundo al socaire de nuestras andanzas, palabras de justicia, de belleza y de ciencia.
Este es el mito universal de la literatura.