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MIS HUMILDES PARAíSOS
F. ARRABAL

 

I

Clausurado en un guisante
el gorgojo prudente
vacila entre la introversión y la misantropía.

Al punto de despuntar
se encelda en las entrañas
no para nacer de nuevo,
sino para enterrarse.
No se satisface con menos
que con todo pero,
como poco le parece,
se retira desilusionado
a la grandeza de su esperanza frustrada,
a la ruindad de su socavado grano.

Todo lo ocupa su conocimiento,
alivio de su soledad,
aunque no su reconocimiento.
No revienta de desconocimiento,
su melancolía lo entretiene
deteniéndolo.
Quisiera vivir en la nada
el que es todo inteligencia.

Si el pesimismo, corazón de la prudencia,
es sombra tan fulgurosa,
¡cómo sería la luz!

II

Engalana sus breves líneas
el mosquito
con la bizarría del garbo
y con las precisas exigencias de la esencia.
Los segmentos de sus patitas
señalan la distancia
entre la vida y el vacío.

Inclino mi oreja a su sabio zumbido
que es sabiduría superflua para el insecto
y prolija para el que no quiere oír.

III

Se ve vivir entre tinieblas
la cucaracha, sola,
que sólo los bien vistos son visibles.

Todo se conjura para ofenderla.
Aquello por lo que ella es tal
echa a sus espaldas la negrura
y entre sus patas lo rastrero
perfumando de hedor su diligencia.
Pretende desempeñarse
acaudalando ofensa sobre ofensa.

Entre tantas maravillas de la noche,
la que nienos le satisface es ella,
cuando más se reconoce
menos se admira
y corre para desvanecerse
en su vanidad desvanecida.

Tan allá resuena el vilipendio,
que la malmirada,
de las miradas se esconde
bajo el más vil pendón.

IV

¡Con qué jubilosa exactitud
el color,
celoso de la forma,
concibió los matices
en las alas
de la libélula!

¡Con qué fulgores precisos
la armonía
puso colofón
al destello irisado de su gama!

¡Con qué reverenciajusta
los afectos
variaron los tonos
para una belleza
más sentida que creada!

¡Con qué regalo infinito
los infinitos colores
dejan de ser hermosos
para aparecer sublimes!

V

Entre dos cimas
de un soplo la araña traza
como línea de lo sutil
el hilo de la virgen.

¡Cuánta ventaja lleva el hilo a la tela
en el cruce de la precisión con el tino!
Hermoso es el punto que brilla
más aún la línea que luce.
Atiende a la simetría que armoniza
en proporcionada senda.
Recoveco gustosamente tan perdido
como con tanta rectitud hallado
que más que de finezas laberinto
es refinado atajo.

Hebra moradora del aire
que hilvana con su hilo,
que con su fulgor la noche anima,
que lo tenue ilumina
con tan etérea gracia.

¿Cuál es su duración y cuál su fin
en el estar y en el ser?
que la sutileza hija es del rigor
y madre de la agudeza.

VI

Es mucho de admirar
con qué suave porfía
va el canto del grillo
apoderándose de la noche.
Penetra en la obscuridad,
rompe el silencio,
triunfa de las tinieblas sordas,
sube, crece y predomina.

El crepúsculo recoge en su seno
lo mejor de su canto
el calor lo arropa y le da ecos
el aire aliento y soplo.
El amor le ministra su arrebato.

El estribillo se arraiga en sus entrañas
frotando sus élitros.
Quien tanto son contiene
para confesar su celo
a la recompensa llega.

¡Qué cabal el canto suena!
Alegra los oídos del que oye
y mucho más del amoroso amo que lo logra.

VII

Parecióle a la belleza
museo estrecho la tierra;
buscó en el aire,
y en los confines del primor y la armonía
encontró a la mariposa vanesa.

¡Qué misterios se esconden
tras sus murallas de púrpura!
Tanto prodigio con tanta concordia,
tanta variedad con tanta permanencia,
que su mesura no se explica
descomponiendo sus elementos.

Pompa de la inefable gracia,
consecuencia de los atributos sutiles
que nada puede enmendar
un átomo de su hermosura.
Sus alas vestidas de ceniza
se revisten del esplendor
de su purísimo manto
tan sin freno de fineza
como picado de excelencia.

Empeñada en el descubrimiento
palabras me faltan
donde devoción me sobra.

VIII

¡Mira con qué donosura
entran cien pies
en la existencia!

Es vagabundo el ciempiés
que no cuenta su camino
por zancadas, sino por desfiles.
Para un solo paso
¡qué afán tan concurrido!
No tiemblan tanto sus patas de torpeza
cuanto de recato.

Su cuerpo fajado de rodillas
la divagación hospeda.
Saboreando el zanganeo
su corazón no sabe
si la corazonada le guía
o la costumbre le lleva.
Contemplando sus pies tan reducidos
sueña con caminos infinitos.

Pide al tiempo le permita un tiempo
el que desea una eternidad de merodeo.

IX

El serrín de ornato
que la polilla ralla
en las suntuosas pieles
hace rebozo sobre sus alas al empacho
y velo de ceniza a su humildad.

Abreviada mariposa de la noche
de aparecer indigna se recata
ante la luz del día.
Hace de lo majestuoso
polvo cuando no lodo.
Tanto goza del ostentoso pasto
al transformarlo en carcoma
que su alma salta de contento
acompañada de todos sus sentidos.

El manjar que da vida a la polilla
supo quitárselo a la estola.
¡Qué bien le sabe
lo que tan caro se paga!
Éntrale muy en su provecho
y en el de la entropía.

X

Con qué penetrante antena
el longicornio
considera la mesa
que el melocotonero le presenta.

Encomia la abundancia,
pondera la sazón,
admira el obsequio.
Todo deja de ser grande
para ser del infinito un regalo.

Una mañana le gusta un plato
y otras otro,
tal día lo dulce del fruto le apetece
y tal otro lo ácido de la hoja
o lo picante de los tallos
o lo salado de las raíces.
Sabiendo lo que ha de comer
lo sabe mejor alcanzar
y le sabe tan sabroso.

Levantando su agudo cuerno
contempla el inmenso penacho
del melocotonero
que no cabe en el cielo
cuanto menos en la tierra.

XI

¿Qué taja con sus tijeras
la tijereta?
¿Los picos corta cual cortapicos?
¿Ojala orejas?
¿Al distraído musculoso
emascula ?

La he visto comiendo por la boca
que nunca por el rabo.
De pereza aliñada
de pétalos nutrida
y con una pinza ataviada
que ni saja, ni tala,
ni poda, ni capa.

Tanta substancia tiene su leyenda
como el prejuicio,
que tan novicio brota el impulso de juzgar
como veterano persiste el hábito de prejuzgar.

XII

Retirado en su patio de cartón,
teatro de su proeza,
el gusano de seda
en el brete de su modestia,
fábula y Fénix se hacía
para pasmo de mi infancia.

Ahondaba en su propia reserva
y no hallaba en sí, sino baba
para hilar su inmortalidad.
Previniendo de trabajo
lo que de altanería le faltaba,
comenzaba por una disimulada hebra
y acababa por un declarado ovillo.

Inmolado, realzaba su fin,
del sucumbir hacía triunfo
cuando tiritaba la vida
de su vecino trance.